CRÓNICA | DONOSTIAKO JAZZALDIA
No la toques otra vez, Al
El triple all-stars de Ninety Miles mantuvo el tipo en La Trinidad con un concierto formal, profesional y sin sobresaltos, mientras que Al Di Meola presentó música con ínfulas mediterráneas que provocó más de un bostezo y muchos vistazos al reloj.
Yahvé M. de la CAVADA
Ninety Miles es un proyecto nacido el año pasado con un disco del mismo nombre. Noventa millas, que es la distancia que separa Miami de La Habana, la más corta entre ambos Cuba y EE.UU. La premisa era muy interesante: tres importantes músicos de la escena jazzística yéndose a grabar a La Habana con dos grupos cubanos. Cada uno de los colíderes con muy diferente procedencia: Stefon Harris es de Nueva York, David Sánchez de Puerto Rico y Christian Scott de Nueva Orleans. Junto a los pianistas Harold López-Nussa y Rember Duharte (que aportaban composiciones al proyecto), consiguieron crear un disco de jazz con influencias y detalles latinos, sin llegar a incurrir en el latin-jazz per sé. Una curiosa mezcla que funcionaba muy bien y que situó el disco entre lo más destacable del pasado año.
Sugestión atlántica
Llega el verano de 2012, y se ponen a girar por Europa. Nada que ver con jugársela en casa, donde no hay nada de exótico en tener a músicos norteamericanos de primera fila sobre el escenario. Para parte de la vieja Europa, el sueño del jazz sigue durmiendo en Estados Unidos, y los públicos en los festivales tendemos al aplauso fácil y a la sugestión atlántica.
En el concierto en Donostia, el proyecto original llegó demasiado pervertido como para mantener el gancho del disco. En lugar de Christian Scott teníamos a Nicholas Payton, otro gran nombre de Nueva Orleans (algo mayor que Scott), más dotado técnicamente aunque de capa caída en los últimos años. Hasta ahí, todo bien, pero la sección rítmica era radicalmente diferente. La esencia del proyecto original consistía en la unión de esa front line de lujo con los músicos cubanos, y en Donostia nos encontramos con una banda muy competente, pero también exenta de personalidad. En el piano estaba el gran pianista venezolano Ed Simon, que no estuvo particularmente destacable. En la batería, uno de los mejores de Nueva York, Terreon Gully, que en este caso sí estuvo brillante. Ricky Rodriguez (contrabajo) y Mauricio Herrera (percusión) cubrieron la papeleta de manera solvente, como es de esperar en una banda de esta categoría. Pues bien, la unión no siempre hace la fuerza. Tener seis estupendos músicos sobre un escenario no garantiza un gran concierto. Aunque Sánchez, Payton y Harris acometieron solos de altura y dejaron clara su gran capacidad, no se percibía ninguna química entre ellos. Como un correcto grupo de funcionarios, llegaron, hicieron lo suyo, y se fueron. Pero no levantaron ninguna pasión.
Pocas pasiones
Tampoco Al Di Meola levantó pasiones, excepto entre algunos asistentes que paulatinamente fueron abandonando el recinto entre decepción y somnolencia. El guitarrista es un músico muy popular cuya relación con el jazz siempre ha sido... complicada. La mayor parte de enciclopedias especializadas ni siquiera le listan entre los guitarristas del género, y tanto su estilo como su producción siempre le han situado en una eterna tierra de nadie: demasiado cercano al rock para ser considerado un jazzista, demasiado cercano al jazz para ser considerado un rockero. Un lío.
En parte, se lo busca. El propio nombre del proyecto con el que visitó Donostia, World Sinfonia, ya le daba a uno qué pensar. De sobra conocidas son sus experiencias con Paco De Lucía y John McLaughlin, como otros de sus anhelos acústicos, recientemente plasmados en un disco dedicado a la música de Astor Piazzola. Pero uno nunca está preparado para un concierto plomazo, venga de quien venga.
La presencia de Gonzalo Rubalcaba debería haber sido balsámica o, por lo menos, haber levantado un poco el asunto, pero nada de nada. Ni siquiera cuando se quedó a dúo con Di Meola. El problema era de raíz. Si uno tiene un estilo insulso y toca composiciones pomposas, artificialmente enrevesadas y sin ninguna gracia, la cosa está clara. No me malinterpreten, todos los músicos de Di Meola (y especialmente él) son auténticos portentos técnicos, pero la técnica debe ser una herramienta para crear música, no un fin. Tras una hora de concierto cuesta arriba, los músicos abandonaron el escenario dejando a Gonzalo Rubalcaba completamente solo. Y ahí se obró el milagro. Rubalcaba es un pianista que, en los últimos años, ha sabido trascender a su capacidad técnica para ponerla al servicio de un pianismo delicado, ingenioso y bastante inspirado. A lo largo de dos piezas maravillosas, el cubano tocó música como no había sonado en toda la noche. Frágil, pero vital. A pesar de los numerosos ruidos de ambiente, el público se mantuvo en escrupuloso silencio mientras Rubalcaba acariciaba las teclas. Un gran momento, y con eso nos quedamos.