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Iñaki Egaña | Historiador

La estampida

Después de aventurar las intenciones de modificar el censo vasco, de definir el objetivo de tal perturbación e incluso tras calificar el hecho con la gravedad que puede inquirir un vocablo como el de «pucherazo», al fin vamos a poder atinar en nuestras apreciaciones. Hasta ahora habíamos recibido aproximaciones, datos increíblemente vagos, sombras, quizás, que ocultaban la verdad. Ahora, al fin, conocemos el número exacto de los desplazados («exiliados» si el lector reconoce que Euskal Herria y España son entidades diferenciadas) producidos en los últimos 50 años por la actividad de ETA: 229.907.

No tomen a risa lo que voy a escribir a continuación. No la tiene en absoluto. La cifra ha sido filtrada por el PP a sus medios más cercanos, los que esperan con el trabuco en los desfiladeros a la caza de jóvenes en paro y mujeres con fetos malformados en su vientre. La cantidad ha sido destripada en numerosos apartados que analizaré con ustedes.

Pero antes quiero que sepan cómo se hizo este análisis. La seriedad de los mismos. Y vuelvo a repetir que no es broma lo que van a leer. Este número de los 229.907 desplazados (exiliados) es fruto de la reflexión de un equipo especializado en «seguridad». Un equipo en el que participaron ex asesores de los gobiernos de Bush. A los que les apremiaron a buscar una cifra. Y lo que hicieron, abran bien los ojos, fue dar ese número 229.907 que es exactamente el número de millas que tienen todas las carreteras españolas sumadas en longitud.

¿Casualidad? Para nada. Escogieron un número al azar, el que sumaban las carreteras españolas, obviamente en millas (su medida de longitud), y luego rellenaron el pedido. Podían haberlo hecho con ríos, líneas de gas o tendido eléctrico. Pero lo hicieron con desplazados (exiliados) y carreteras ¿No me creen? Elijan el buscador de su preferencia en la red y pidan la extensión de las carreteras hispanas: 370.000 kilómetros o 229.907 millas. Suena a Mortadelo y Filemón, pero no lo duden. Ese es el nivel.

El relleno de los desplazados no tiene desperdicio. Primero, porque a cada desplazado (exiliado) lo multiplican por 3, «una estimación conservadora de cada unidad familiar». Esta estimación nos dejaría la cifra exacta de 76.636 afectados. Multiplicados por 3, como queda dicho, nos darían las millas asfaltadas o los desplazados.

A la cabeza del desplazamiento (exilio) se encontrarían los guardia civiles, 19.200. De ser cierto, una verdadera estampida. Luego los empresarios, 14.441. Posteriormente los militares adscritos al Ejército, con 8.654. Luego los trabajadores del tren de Alta Velocidad, 6.900. Siguen en la lista, policías nacionales 4.500, escoltas privados 4.000, políticos del PSOE 3.154, funcionarios de prisiones 1.830, trabajadores de la Autovía de Leizarán 1.500, políticos del PP 1.418, jueces y fiscales 1.233, profesionales (abogados, médicos) 897. Continúan la misma periodistas 240, políticos de UCD 155, colectivos cívicos 150, políticos de AP 124, responsables de la Central Nuclear de Lemoiz 100, profesores universitarios 50, intelectuales 30, policías municipales 30, y disidentes de la propia ETA 30.

Y luego, un complemento de 8.000 con el apéndice de «varios». Lo que al multiplicar por 3, da la cifra, como habrán adivinado, de 24.000. Un número excesivamente alto, pero dado el rigor del resto... a estas alturas no sorprende.

La lista, efectivamente, plantea numerosas cuestiones. A mí, al menos. No dejo de realizarme preguntas y preguntas que se agolpan en mi mente hasta el amanecer, como supongo que les sucederá a ustedes una vez que hayan tenido conocimiento de las mismas. Antes que nada me llama la atención el hecho de que no haya habido un solo desplazado (exiliado) perteneciente a la Ertzaintza. ¿Quizás en «varios»?

La mayoría de desplazados (exiliados) vascos por la actividad de ETA eran militares. Guardia civiles en su mayoría. En la actualidad existen cerca de 6.000 beneméritos en Euskal Herria. La casi totalidad de los mismos proceden de España y, como es sabido, reciben un plus por su destino en el País Vasco. A pesar del complemento, ha resultado que, en 50 años, de cada tres destinados en los cuarteles vascos, uno ha tenido que abandonarlo apresuradamente. Un Síndrome del Norte mayúsculo.

No es de recibo que un grupo humano que llega a nuestra tierra, y en el mismo se incluyen también a militares y policías, para imponer una ley y un modelo determinado, pueda ser tratado como vecino nuestro. ¿Votaron los militares hispanos en Iraq, Afganistán, Somalia, Líbano o Bosnia? ¿Lo hicieron sus familias?

Llama la atención en esta lista, asimismo, el numeroso grupo de empresarios. No lo he apuntado en las líneas anteriores, pero en la letra pequeña se dice que la inmensa mayoría de esos 14.441 tenían más de 20 trabajadores a su cargo. ¿Es nuestro país la cuna de la industrialización? ¿Qué hicieron con sus empresas?

Siguiendo el misterio, me resulta increíble lo de los 6.900 trabajadores del TAV. Hace unos días falleció un trabajador de las obras del Tren de Alta Velocidad en Arrasate. Era vecino de Zamora y lo había contratado una empresa de Madrid. Tras la trágica noticia hemos conocido buena parte de los entresijos en la contratación, la precariedad, la ilegalidad en los trabajos... ¿Varios cientos de trabajadores son capaces de generar miles de exiliados, más de 20.000 con sus familias?

El despropósito es escandaloso. Y no me refiero únicamente a la broma que nos han gastado los asesores norteamericanos con las millas asfaltadas, sino al conjunto de los apartados. ¿1.830 funcionarios de prisiones? ¿4..000 escoltas privados? ¿3.154 militantes del PSOE? Si esta es la seriedad científica de los pensantes españoles no tengo duda alguna de que España va al abismo y a la quiebra. Intentarán frenar la crisis financiera echando de comer a las palomas.

Los números de los expertos son una charlotada. Si quieren acceder a la verdadera contabilidad que ha sufrido este país en los últimos 50 años no tengo reparos en avanzar algunos de los datos precisos. Empezando porque en los 20 primeros años que nos ocupan 1.450.000 vascos tuvieron secuestrado su derecho a elegir sus representantes en cualquier institución imaginable. Ese mismo derecho que ahora quieren ofrecer a los emigrantes de los cuarteles de La Salve o Intxaurrondo.

Un derecho que incluso en tiempos recientes ha estado prohibido a más de 200.000 vascos, por eso de sus tendencias hacia la izquierda abertzale. Lo que significaría que en los últimos 75 años, perdonen que me salga del guión de esos 50 años que matizan los autores de la cifra vial, esa izquierda abertzale ha tenido negada su posibilidad de elegir representantes institucionales durante y precisamente 50 años. Otro derecho, el de decisión nacional (autodeterminación), por otro lado, que en la actualidad se niega a una comunidad con 3.114.276 habitantes de los cuales podrían participar en el mismo más de un 75% de esos vecinos.

No quiero entrar en otras modificaciones previas del censo, con la integración de cientos de miles de personas entre 1950 y 1970, en los famosos polos de desarrollo franquistas que propiciaron una masiva emigración española hacia Euskal Herria y que desdibujaron el mapa previo del país. Y no lo hago porque no me siento capacitado para realizar una reflexión profunda. Aunque lo más obvio está en el ambiente.

La continuidad en las cifras nos llevarían a recordar a esos más de 275.000 vascos que entre 1960 y 2002 fueron secuestrados para realizar un servicio militar obligatorio, la mayoría en zonas bien alejadas de sus familias. También a los cerca de 3.000.000 de posibles afectados si la proyectada Central Nuclear de Lemoiz hubiera sufrido una accidente similar al de Chernobil o Fukushima.

Los 95.000 policías y militares que han pasado por nuestro país en estos 50 años, de los que según el estudio vial marcharon en estampida 32.354 (uno de cada tres), han dejado una pizarra llena de manchones: 35.000 detenidos. De ellos, según un estudio realizado entre 2001 y 2009, el 46% fue torturado. En fin... una lista interminable.

229.907 son las millas que cubren todas las carreteras españolas. Cada una de ellas ha servido para seguir construyendo ese imaginario español, cada vez más hinchado, como si la entelequia fuera a explotar antes de lo que imaginábamos.

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