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Crónica | XX edición del euskal encounter

Un gigantesco puzzle con piezas de todas las formas y colores imaginables

Para alguien no muy ducho en el arte informático, y en general en el mundo del ratón y la computadora, darse un paseo por los pasillos del Euskal Encounter supone toda una experiencia en la que se van alternando la sorpresa, la incredulidad, el interés y, sobre todo, la sonrisa al observar materiales, escenas y gestos que uno creía tópicos y que son mucho más que reales.

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Como si de un puzzle de miles de piezas se tratara (sí, exactamente esos que nunca terminamos y acabamos guardando en el cajón más oscuro), confeccionar una imagen global del Euskal Encounter requiere observar cada pieza con mimo, analizando su forma, color y posición, para ir componiendo un óleo tan heterogéneo como intenso que nos dé una idea, siempre aproximada, de lo que se cuece durante estos días en el gigantesco pabellón 5 del Bilbao Exhibition Centre.

Entre esos pedazos encontramos a Jorge, un madrileño que, con cara de no haber dormido «absolutamente nada», como él mismo nos confiesa, explica que la de este año es su sexta estancia en el Encounter, al que acudieron por primera aconsejados por otros colegas que ya habían visitado el encuentro informática vasco. Acompañado de cinco amigos con los que ha acampado en el pabellón 3, revela que su mayor motivación para venir ha sido «el gran ambiente que se genera y las competiciones de juegos de ordenador».

Avanzando por entre los pasillos, encontramos a nuestro paso paquetes de donuts, colchonetas, peluches... todo un bazar persa con los enseres necesarios para subsistir durante cuatro días.

Especialmente llamativo resulta un grupo de jóvenes que, con ordenadores customizados con luces fluorescentes, pegan unos gritos que rozan lo gutural cada vez que eliminan a un rival del counter strike, el shoot-em-up más popular de la última década. Roberto, uno de los más activos, nos cuenta que han venido desde Santander y que ya son bastante veteranos, pues para muchos es su séptima edición. Ellos también están acampados y, además de por el buen ambiente, se han acercado a Barakaldo «a bajarnos todas las películas posibles», ayudados por la potentísima conexión de veinte gigabytes que tiene el Euskal Encounter.

Aunque la presencia masculina sigue siendo amplia mayoría en el evento, también encontramos un curioso grupo de amigas, con un aún más extraño entramado de acentos. Efectivamente, Marta y Sonia que, como todo el grupo, llevan puesto un gorrito de lana, nos desvelan que han venido desde A Coruña y desde Málaga a casa de sus amigas bilbainas, que son, precisamente, las que les han atraído al evento.

Unas mesas más atrás, dos jóvenes conversan en euskara. Idioma que apenas se escucha en esta edición en este amplio espacio. Jon y Beñat, vecinos de Arrasate, se muestran críticos con algunos aspectos de la feria, como la falta de sensibilidad lingüística de muchos participantes o el hecho de que «algunos de los aquí presentes cumplan absolutamente todos los tópicos de un friki», como apunta uno de ellos amargamente.

La otra cara del Encounter

Este gigantesco despliegue de medios requiere, como no podía ser de otra manera, de un despliegue humano espectacular. Situados tras el telón, los organizadores, que se pasean con una camiseta roja identificativa, pierden horas de sueño para hacer que todo funcione a las mil maravillas.

Urtzi es el encargado de todo el montaje y cableado. «Llevamos más de un mes trabajando en la instalación de todos los equipos, hay que conectarlos todos, hacerlos funcionar correctamente», nos explica. Asume que es un trabajo duro, pero también afirma que «merece la pena, vista la respuesta de la gente y que se lo pasan en grande».

A su lado se encuentra Óscar Sánchez, más conocido en el mundillo cibernético como Sonos. Es el encargado de coordinar los campeonatos que se celebran en el Encounter. Nos comenta que estas actividades se manejan vía intranet con todo aquel que se inscriba, y que en esta edición se han apuntado unas 1.200 personas.

En uno de los costados del pabellón se encuentra el Gamegune, el espacio para los «profesionales» de la competición en red del citado counter strike. Manolo, uno de los responsables, nos revela que algunos de estos participantes «cobran unos 2.000 euros al mes por jugar». Ante nuestra ojiplática mirada, añade que «entrenan todos los días unas diez horas, mejorando sus reflejos y puntería. Es más, algunos de estos equipos tienen personas dedicadas exclusivamente a diseñar estrategias de combate online»

No son los únicos ejes del engranaje. Maider y Amaia se afanan en redactar notas de prensa para los medios mientras intentan no volverse locas con las acreditaciones. Jorge y Samanta, enfermeros de la Cruz Roja, se pasean repartiendo analgésicos y colirio... Todos ellos, y muchas personas anónimas más, componen el marco perfecto para un puzzle que no para de crecer.

Mikel PASTOR

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