Mikel INSAUSTI

Los caminos de la distribución son inescrutables, y nunca se sabe a ciencia cierta por qué se estrena una película en el Estado español años después del estreno en su país de origen. Tras la ahora recuperada «Cuando un hombre vuelve a casa», Thomas Vinterberg ha realizado dos películas más, ambas de mayor interés: «Submarino» y la recién presentada en Cannes «The Hunt». Así que conviene aclarar el sentido primigenio de esta película de hace cinco años, cuyo título hace expresa alusión a la propia situación que entonces vivía el cineasta dogmático. Venía de rodar en inglés «Querida Wendy», por lo que su vuelta al cine danés le conectaba de nuevo con sus comienzos, y de ahí que «Cuando un hombre vuelve a casa» trate de ser una revisión de la seminal «Celebración» en otro registro diferente, más ligero y cercano a la comedia.

Dicha evolución tiene sentido, dado que los miembros fundadores del movimiento Dogma, Lars Von Trier incluido, han ido dejando atrás las viejas normas alternativas en su día formuladas, abriéndose a un lenguaje fílmico más convencional. El tema de ambas realizaciones, separadas por una década, es el mismo, pero lo que cambia es el tratamiento genérico. La intención actualizadora es válida y comprensible, de igual modo que a nadie escapa que «Celebración» es una obra infinitamente superior a «Cuando un hombre vuelve a casa». Y no por la inevitable comparación entre el original y la correspondiente versión, sino debido a que Vinterberg es un autor esencialmente dramático.

Vinterberg no funciona igual en la comedia, salvo para quienes defienden la existencia de un humor nórdico, tan frío que congela la risa. Las situaciones esperpénticas que pueblan «Cuando un hombre vuelve a casa» son pura histeria, pues surgen de la caricatura hiperbólica de los traumas familiares de infancia, formando parte de un proceso neurótico. El joven ayudante de cocina es tartamudo por el impacto causado por la supuesta trágica muerte de su padre, hasta que descubre los secretos nuevamente revelados en una catárquica cena de gala, preparada, precisamente, para agasajar al famoso cantante de ópera local que podría ser el progenitor que nunca conoció.