Raimundo Fitero
Olimpiadas
Acaban de empezar las olimpiadas que nos llevarán a los juegos olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro. La ceremonia final de los juegos de Londres fue, televisivamente, espectacular. Una concepción pop, que pareció complacer a los presentes en el estadio, pero que estaba diseñada para satisfacer a los miles de millones de telespectadores en todo el globo. Las cifras de audiencia de este espectáculo batirán récords, entre otras razones porque aumenta, en términos generales el consumo de televisión, aunque se utilicen otras ventanas para su visionado.
Como ya somos especialistas en contemplar actos de estas características, debemos situarnos en Barcelona 1992 que fue la que marcó una manera de concebir este tipo de ceremonias, muy teatralizada, una forma de organizar estos eventos en los que además del desfile militar de delegaciones y banderas, se debe combinar con una imagen positiva del país que los organiza, y unas horas de entretenimiento audiovisual global a base de contenidos de reminiscencias culturales. Es en este sentido, en el que Londres ha recuperado o ha profundizado en un concepto nacionalista a ultranza. La inauguración y el cierre han sido unos magníficos spots publicitarios que no solamente han vendido a la capital, Londres, una ciudad turísticamente muy bien situada, sino una historia, una cultura, una influencia en los terrenos del consumo juvenil, en la música pop, en la estética, en las modas. Y con calidad e imaginación como para que este mensaje llegue de manera más eficaz a todos los rincones del globo en los que se han visto, con unas puestas en escena magníficas, pero con una realización televisiva eficaz, precisa y que contribuía a su magnificencia.
Vimos el traspase de la bandera olímpica, apareció Rio, llegó cargada de tópicos, de iconografías turísticas, de músicas de consumo ligero. Esperemos que hayan aprendido el mensaje londinense. Tienen talento y material suficiente como para mostrar una imagen del país más allá de las chanclas, los paisajes idílicos, las caipirinhas y la samba. También eso, pero hay mucho más. Lo peor de todo es que se persiste la amenaza de una candidatura madrileña para 2020.