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CRíTICA: «Ted»

Un malhablado y disfuncional osito de peluche

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Mikel INSAUSTI

A pesar de mi escepticismo inicial, generado por un trailer bastante tópico, he acabado cayendo rendido ante la provocativa y sugerente impronta de este malhablado e irreverente osito de peluche. Claro que hay que oírlo en la versión original, porque en la doblada la voz de Santi Millán rompe con toda la gracia y mala leche que le trasmite directamente su autor en inglés. El propio Seth MacFarlane se encarga de transferir su personalidad al muñeco parlante, dada su habilidad como doblador ya demostrada en la serie animada «Padre de familia».

El debut de Seth MacFarlane en el cine de imagen real no ha podido ser más exitoso, gracias a la habilidad con que supera las ideas preconcebidas sobre la relación entre los humanos y sus muñecos o mascotas que se convierten en compañeros imaginarios. Entierra a Mel Gibson y su papel de ventrílocuo en «El castor» de Jodie Foster, a la vez que marca distancias con respecto al clásico de Henry Koster «El invisible Harvey», donde James Stewart veía a un conejo gigante. La clave para la significativa evolución de una idea de este tipo reside en que Ted es un muñeco autónomo, que desarrolla una vida paralela a la de su dueño, sin depender necesariamente de él.

La relación del protagonista en la niñez con su juguete navideño arranca en forma de parodia de las películas familiares de Disney y de Amblin, para dar un salto mortal a la madurez, descubriendo que el osito de peluche también ha crecido y se comporta como un auténtico gamberro. Sin embargo, por paradójico que parezca, Ted no deja de representar para el personaje de Mark Wahlberg el reflejo de un pasado con el que no termina de desconectarse, poniendo al descubierto su complejo de Peter Pan. Ni que decir tiene que Seth MacFarlane hace extensibles los síntomas de nostalgia enfermiza por la década de los 80 a toda la sociedad estadounidense, aprovechando para llevar a cabo otra exhibición de su divertido conocimiento de la cultura trash, invitando a la más psicotrónica de las fiestas que en el mundo han sido al olvidado Sam J. Jones de «Flash Gordon».

 

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