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«Bonsái» aligera el drama literario con toques de humor

El joven realizador chileno Cristian Jiménez triunfó en el Festival de La Habana con su segundo largometraje, adaptado libremente de una novela de Alejandro Zambra, con quien comparte el gusto generacional por la literatura. Es un historia de amor, libros y plantas.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

El circuito de festivales internacionales, incluido el Donostia Zinemaldia, han querido contar con esta muestra del buen momento por el que atraviesa el joven cine chileno. Consagrada por el Festival de La Habana, «Bonsái» es el segundo largometraje de Cristian Jiménez, tras darse a conocer de manera prometedora con «Ilusiones ópticas», título que define muy bien su gusto por la narrativa de ficción que se nutre de las mentiras que reinventan la realidad.

Quien miente o fabula aquí es el aspirante a escritor interpretado por Diego Noguera, que decide escribir su propio manuscrito literario después de perder la oportunidad de mecanografiar la novela escrita de su puño y letra por un autor consagrado. La ficción le brinda la oportunidad de contar la crónica de su primer amor, idealizándolo convenientemente.

El recuerdo mejorado del romance pasado contrasta con la realidad que vive en el presente, mediante una relación con su vecina en la que solo hay una pura atracción sexual. De este modo lo que debería ser un drama se convierte en una comedia llena de mentiras, que dan pie a toques humorísticos que aligeran su desarrollo.

Cristian Jiménez ha dejado su impronta personal en el relato, trasladándolo a su Valdivia natal, ciudad que se caracteriza por la presencia permanente de la lluvia. No obstante, el aire tristón de la climatología es compensado por la juventud de los personajes en su etapa universitaria. Ellos disfrutan y viven su apego a las libros, combinado con el cuidado de las plantas.

Aunque la cinta podría haber resultado mucho más intelectualizada, las referencias a escritores de peso como Juan Emar o Marcel Proust aparecen revestidas de una vena autocrítica frente a la pedantería cultural, asumida por el cineasta Cristian Jiménez en primera persona, que es el primero en reconocer que cuando era estudiante la erudición no era más que una fachada tras la cual ocultar las inseguridades.

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