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Mikel INSAUSTI Crítico cinematográfico

El ansia

La muerte de Tony Scott me ha dejado trastocado, y eso que no era un cineasta por el que sintiera especial admiración. Supongo que es la forma en que se ha producido, y que en mi opinión resulta sorprendentemente coherente. El hermano pequeño de Ridley Scott fue calificado siempre de efectista, y su adiós a la vida no ha podido ser más llamativo, digno de cualquiera de las escenas espectaculares de sus películas.

Arrojarse al vacío desde un puente situado a cien metros de altura tiene bemoles. Yo no sé si un gesto póstumo así agiganta su figura, pero en cualquier caso responde al carácter impulsivo reflejado a lo largo de su obra desde que debutara con «El ansia». Tal vez haya logrado escapar en última instancia a la medianía a la que quisieron condenarle la crítica y el público con sus puntuaciones.

Promediando la nota recibida en las páginas de cine en Internet sale un simple aprobado. Solo suspende con «Días de trueno», mientras que alcanza el notable con «Amor a quemarropa» y «El fuego de la venganza». Dos éxitos que debe a materiales ajenos, porque el primero se basaba en un guión de Tarantino y el segundo era un remake de una cinta francesa de Élie Chouraqui. El resto de su amplia filmografía se mueve invariablemente entre el 5 y el 6.

El cero se lo lleva la prensa norteamericana, que se ha apresurado a afirmar que Tony Scott tenía un tumor cerebral inoperable, extremo desmentido por la familia tajantemente. Sufriera o no una enfermedad terminal, el veterano realizador tomó una decisión suprema sin vuelta atrás. Y las verdaderas razones que lo llevaron a suicidarse nunca se sabrán, porque quizás era un lanzado y no sentía vértigo alguno.

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