Iker Casanova | escritor
Después de las elecciones... acuerdo nacional
Hace unos meses realizaba desde estas páginas («Próxima estación: Ajuria Enea», GARA 27-5-12) una serie de consideraciones sobre las próximas elecciones vascongadas. Básicamente pedía que la nueva izquierda abertzale asumiera sin complejos la tarea de presentarse a ellas con la intención de ganarlas y formar gobierno si fuera posible. Sugería además que, ante el más que probable adelanto electoral, empezaran a planificarse con detalle el diseño comunicativo, el programa y las listas. Es obvio que estas reflexiones iban en consonancia con el sentir mayoritario y el trabajo que en esta línea se está realizando ya de forma conocida y muy eficiente. En mi artículo añadía otra propuesta: la de emplazar tras las elecciones al PNV a un acuerdo para formar un gobierno conjunto. Es sobre esta cuestión sobre la quisiera volver a reflexionar ahora que el calendario electoral ya está establecido.
Sigo siendo partidario de que Euskal Herria Bildu proponga al PNV la conformación de un gobierno vascongado, pero ahora creo que esta propuesta no debería lanzarse tras las elecciones, sino que debería formularse de forma explícita durante la campaña electoral. En primer lugar, porque la evolución política en estos meses ha profundizado las tendencias que se apreciaban previamente y por tanto los resultados son ya predecibles a grandes rasgos. En segundo lugar, porque creo que, dada la inmensa crisis de confianza que sufre el sistema político, ser claros en decir lo que queremos hacer aportaría a EHB un plus de legitimidad en medio de un escenario en el que, al objeto de no perder un solo voto, los partidos ocultan sus intenciones postelectorales como si fueran un secreto de Estado. Y finalmente, porque una propuesta de estas características ayudaría a centrar la campaña en los temas clave.
Todas las previsiones señalan que EH Bildu y el PNV van a ser las primeras fuerzas políticas, y aunque los sondeos dan ventaja a los jelkides, confío en que la solidez de su campaña aúpe a EHB al primer puesto. Pero está claro que, gane quien gane, para gobernar van a hacer falta pactos. La existencia de cuatro patas en la vida política vasca puede dar viabilidad a la existencia de gobiernos en minoría que se apoyen alternativamente en unos u otros para ir sacando adelante propuestas concretas, lo que alguien bautizó pomposamente como gobierno de geometría variable. En otras situaciones es posible buscar esas combinaciones, pero si queremos liderar un cambio estratégico y realizar una política sólida y coherente, con un amplio respaldo parlamentario, social y mediático, deberíamos apostar por un «gobierno fuerte» de coalición.
Desde este análisis, creo que Euskal Herria Bildu debería proponer públicamente al Partido Nacionalista Vasco conformar un gobierno en el marco de un acuerdo político para afrontar las tres cuestiones que tanto ellos como EHB han definido, con una u otra terminología, como centrales: el cierre del ciclo de confrontación armada, la definición del nuevo marco jurídico para Euskal Herria y la gestión de la crisis económica.
Esta no debería ser una propuesta trampa destinada ser rechazada y a provocar contradicciones en las filas jelkides, sino un emplazamiento sincero para la colaboración. Por eso ha de ser realista y evitar planteamientos incompatibles con la ideología y la cultura política del PNV. Si vamos en la dirección correcta, no importa ir un poco más lentos para no dejar atrás a nadie.
Por otro lado no deberíamos ofrecer, ni podemos permitir que así lo entienda el aparato de Sabin Etxea, una cesión en aspectos sociales a cambio de la implicación del PNV en una política de construcción nacional. Se trataría de un acuerdo establecido de igual a igual en el cual las cuestiones en las que no haya consenso deberían ser dilucidadas en un terreno intermedio entre las posiciones de uno y otro.
Igualmente, hemos de evitar la caracterización de este acuerdo como un frente anti-partidos españolistas. Este no debe ser un gobierno para la revancha ni la exclusión, sino un eficiente instrumento de una política de diálogo inclusivo cuyo fin debe ser la conformación de los nuevos consensos transversales que sirvan de base para pasar página a la era del conflicto y adentrarse en la etapa de la confrontación democrática.
La respuesta del PNV ante esta propuesta determinaría el mapa político de los próximos años, que podría ser el de un gobierno vasco amplio y fuerte, coliderando junto a otros agentes sociales del conjunto de Euskal Herria un proceso de transición democrática, o bien la constitución por el PNV-PSOE-PP de un tácito tripartito sistémico en lo político y lo económico, frente a una izquierda abertzale convertida en la única alternativa en lo nacional y lo social.
Está sobradamente argumentada, desde Euskal Herria y desde otros pueblos, la necesidad de una alianza interclasista en una lucha de liberación nacional. A lo largo de la historia, la izquierda abertzale se ha sentado en la mesa decenas de veces con el PNV en busca de esa alianza. Desde la época de Ekin hasta Lizarra, pasando por Xiberta. Se ha hecho en momentos en los que la izquierda era más ortodoxa que hoy en día y generalmente el interlocutor de la izquierda abertzale era ETA, representada por Txillardegi, Etxebarrieta, Argala, Txomin... No cabe, por tanto, atribuir la búsqueda de un acuerdo con los jelkides a espurias intenciones reformistas o a la falta de combatividad, sino al hecho constatado históricamente de que solo la unidad de todos los abertzales puede dar a este pueblo la fortaleza que necesita para hacer frente al reto de la lucha por su libertad.
Tampoco existe ninguna ansiedad por llegar al poder institucional. La trayectoria de la izquierda abertzale demuestra que no le mueve el deseo de poder o comodidad personal. En el seno de EH Bildu tenemos también el ejemplo de EA, que pudiendo haberse convertido en sempiterno acólito del PNV a cambio de una generosa cuota de poder, supo con enorme honradez renunciar a esa situación para poder desarrollar una política abertzale más coherente.
El PSE será en un futuro próximo un interlocutor más de la nueva izquierda abertzale, el representante del españolismo civilizado con el que incluso se podrá llegar a acuerdos en diversos ámbitos institucionales. Deberíamos intentar igualmente que fuera parte constituyente de los consensos fundacionales de esta nueva etapa política. Pero el PSE ni es ni puede ser una opción como aliado estratégico porque es un partido español. Si buscamos aliados en el camino hacia la independencia, las opciones, nos guste o no nos guste, se reducen a una, el PNV.
No se puede decir que con «este PNV» no vamos a ninguna parte y quedarse tan anchos. Si no es con «este PNV», será con un PNV transformado. ¿Con quién si no? Una estrategia independentista viable necesita de un PNV independentista. Esa, obviamente, no es la situación actual. En política es imprescindible ser realista y adecuar la práctica a la realidad, pero eso no implica el acuerdo con esa realidad ni aceptarla como algo inmutable. Habrá que forzar a moverse al PNV, no de su ideario político, ya que eso es algo que cada partido elige con libertad, sino para que su praxis sea consonante con esos objetivos que dicen defender y con el reclamo de los cuales mantiene hoy inoperante a buena parte de la base independentista.
Vayamos entonces por partes y empecemos por proponer a este partido no una dinámica independentista a corto plazo, sino un acuerdo nacional sobre los tres ejes señalados anteriormente. No soy tan iluso como para pensar que una simple propuesta vaya a mover al PNV, pero seguro que provocaría un saludable y clarificador debate en la política vasca.
Esta no debe caracterizarse como la legislatura de la independencia, sería vender humo, sino la de la normalización política. El objetivo debe ser crear un escenario de confrontación democrática de proyectos y de superación de las consecuencias del ciclo de conflicto armado. A partir de ahí, la acción social e institucional del independentismo deberá construir las bases para crear esa amplia mayoría independentista que necesitamos para lograr nuestra meta. En ambas tareas ayudaría la existencia de un gobierno fuerte de unidad abertzale.
No se está obligado a decir de antemano todo lo que se va a hacer, porque hay cosas que son impredecibles y en otros casos la discreción puede ser recomendable, pero sí se debería ser claro en las líneas maestras de la política que uno piensa seguir. Seamos también diferentes en esto. Lancemos nuestra propuesta de gobierno abertzale y que los demás den su opinión. La última palabra estará en manos de la parte de Euskal Herria convocada a votar el 21 de octubre.