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Análisis | El futuro de kutxabank

Bancarización y mercado de capitales

Los autores consideran que el problema de fondo de las cajas de ahorro no ha sido la falta de acceso al mercado de capitales sino, al contrario, haber tenido un acceso demasiado fácil al mismo a través del mercado de renta fija y del de derivados. El error del anterior Gobierno español radica en no haber sabido librarse a tiempo de la mentalidad económica «financiera» dominante en las últimas décadas.

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Uno de los argumentos utilizados en el proceso de liquidación de las cajas de ahorros abordado por el anterior Gobierno español ha sido el de la falta de acceso de éstas al mercado de Bolsa para la emisión de acciones.

Este argumento se ha utilizado también en el sorprendente proceso de bancarización de las cajas vascas. Antes de examinar el fondo conceptual de esta cuestión, es importante clarificar el rotundo fracaso del proceso abierto al respecto en relación con las cajas españolas.

La falta de acceso de las cajas de ahorros al mercado de Bolsa sirvió, en primer lugar, para defender el cuestionamiento del modelo de cajas. En palabras del exsecretario de Estado de Economía José Manuel Campa en su reciente comparecencia en el Congreso, al explicar las «restricciones institucionales en el segmento de las cajas de ahorros»: «Dada la dependencia de nuestras entidades financieras de los mercados mayoristas internacionales para la refinanciación de sus pasivos... las entidades necesitaban transformarse para tener la capacidad de captar recursos propios».

Es decir, como las cajas eran dependientes del mercado de capitales, la posibilidad de acceder al mercado de Bolsa para la emisión de acciones resultaba una cuestión esencial para determinar la capacidad de cada entidad de hacer frente a la crisis. Las cajas de ahorros eran así no solo institucionalmente cuestionadas sino sometidas a una estrategia de acoso y derribo a corto plazo.

Como consecuencia de este punto de partida, la normativa bancaria llegó a discriminar a las entidades de crédito en función de su forma jurídica, estableciendo distintos requisitos de capital en función de si existía o no capacidad de acceder al mercado de acciones: 10% para las entidades con acceso a este mercado, y 12% para las que no lo tuvieran. En el marco de este proceso, se impulsó en primer lugar la bancarización de la práctica totalidad de las cajas españolas y, en segundo lugar, la cotización en Bolsa de estas cajas «bancarizadas», fundamentalmente, Bankia y Banca Cívica. Como es sabido, ambos procesos han sido un absoluto fracaso. No solo el fondo conceptual de esta estrategia era radicalmente erróneo, sino que, en un contexto de crisis sistémica y a la vista de la situación del mercado de capitales en general y el de renta variable en particular, el fracaso de estas políticas era prácticamente seguro.

En nuestra opinión, el problema de fondo que late en estas políticas desarrolladas por el anterior Gobierno español radica en no haber sabido librarse a tiempo de la mentalidad económica «financiera» progresivamente dominante en las últimas décadas y que es la que, en síntesis, ha conducido al desastre al conjunto de Occidente. El error del Ejecutivo fue no haber sometido a revisión el conjunto de las bases conceptuales de sus políticas bancarias una vez producido el estallido de la crisis, en base al criterio fundamental de que el sistema bancario, a medio y largo plazo, solo tiene sentido como instrumento de la economía real y, por lo tanto, en la medida en que tiene «los pies en la tierra».

Al estallar la crisis, las cajas están claramente sobreendeudadas. El problema de fondo de las cajas no ha sido la falta de acceso al mercado de capitales sino, al contrario, el haber tenido un acceso demasiado fácil al mismo a través del mercado de renta fija y del de derivados. Como consecuencia de este hecho, los balances estaban sobredimensionados y se invirtió excesiva- mente, fundamentalmente en el sector inmobiliario.

La reacción lógica, prudente y racional al estallido de la crisis era la de poner en marcha políticas destinadas a acercar otra vez las cajas a la economía real, deshaciéndose de los recursos y las inversiones «tóxicas». Cada una de las cajas debería haber emprendido, de forma inmediata, un proceso de adecuación a su valor real del activo y del pasivo del balance, imputando las pérdidas generadas a los acreedores del mercado de capitales, volviendo así cuanto antes a asentar los balances de las cajas, fundamentalmente, en los depósitos de su clientela tradicional y adecuando el importe de sus activos a cifras proporcionadas con el importe de los depósitos.

La estrategia emprendida por el Gobierno español fue exactamente la contraria. Se inició una huida hacia adelante, impulsando el acceso al mercado de Bolsa para la captación de más capital. Pero el problema de fondo de las cajas no era la falta de capital sino, al contrario, el exceso del mismo. La sobrefinanciación no se resuelve con más financiación. Especialmente cuando no se trata del problema aislado de una entidad concreta, sino de un problema sistémico que afecta a las cajas y a los pequeños bancos españoles, pero también a la gran banca, como BBVA y Grupo Santander, a través fundamentalmente de sus operaciones en otros países. Esta reflexión es de gran importancia de cara al análisis que, a corto plazo -durante los próximos meses- deben realizar nuestros responsables políticos sobre el futuro de Kutxabank. Es importante que nadie defienda la estrategia de la huida hacia adelante que hemos citado, argumentando las ventajas de «acceder al mercado de acciones».

Los problemas económicos de Kutxabank en cuanto a inversiones «tóxicas» fuera de su territorio natural son de una dimensión sustancialmente menor que los de las cajas españolas. Pocas dudas puede haber de que lo que procede -con más razón en el caso de Kutxabank- es un reajuste progresivo de activos y pasivos suprimiendo cuanto antes las indicadas inversiones tóxicas. Para ello, Kutxabank no necesita en absoluto emitir acciones.

Desde una perspectiva de largo plazo, teniendo en cuenta nuestra estructura económica, no es previsible que necesitemos arriesgar el control social de nuestro sistema bancario para captar capital externo. Al contrario, nuestro tejido productivo tiene capacidad suficiente de generar el capital necesario para nuestras inversiones productivas. En todo caso, cabría plantearse la conveniencia de limitar la innecesaria pérdida de capital que están generando las más que arriesgadas inversiones de nuestro sistema financiero fuera del territorio vasco.

Por todo ello, una vez más, la bancarización de las cajas vascas carece de cualquier sentido. Procede, de forma inmediata, dar marcha atrás a la misma y apostar por un régimen institucional estable para Kutxabank, ya sea como caja de ahorros o como cooperativa de crédito.

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