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Andrés Duque Alfonso Crítico taurino

Toreando al viento

El «lobby» de los criadores de toros de lidia, el PP, el PSOE, figurones y fachosos han convertido las funciones de los toros en la casa de tócame Roque. Y esta fiesta que nació inmemorial, popular, culta y también euskérica, hoy está sumida en la miseria

El ministro de Cultura, el de Interior, las consejerías del mismo ramo, el lobby de de los criadores de toros de lidia, el PP, el PSOE, presidentes de plazas de toros más vanidosos que solventes, veterinarios incapaces, empresarios sin afición sospechosos de trapicheos, figurones y fachosos, críticos torpes y empalagosos al servicio del poder y del dinero y limpios de toda cultura han convertido las funciones de toros en la finca del Tío Picardías en la casa de tócame Roque. Y esta fiesta que nació inmemorial, popular, culta y también euskérica, hoy está sumida en la miseria.

Hay muchos personajes en este mundillo que no acertarían a alternar en sociedad si se les desnudase de ese afán figurinista, aunque les cueste pensar y actuar racionalmente, accionar o moverse como hombres y, sobre todo, necesitan un poco mas de sal en la mollera porque no van mas allá de ridículas connivencias tales como poner y aplaudir a un señor vestido de torero que porta por muleta una senyera o una ikurriña en un acto pleno de payasada reivindicativa que se dio, el otro día, en el ruedo de la plaza de toros de Donostia. Antes se dio en Barcelona.

Lo que si se enmascaró fue el curso de mediocridad supina propio del toreo moderno pegapasista e insustancial y todo lo que debía ser no fue; ni la muleta tenía que haber sido la bandera de Euskadi ni el torero un payaso toreador de vientos sin cabeza, sin cintura, sin muñeca, sin ajuste, sin torería ante un toro bravo, noble y poderoso (rara avis), porque por lo visto el toro bravo ya no existe, y si existiera, nadie podría con el.

Menuda fiesta se montó en los desnudos tendidos de Illumbe. Ni la autoridad ni los estamentos implicados fueron inocentes ni espectadores insensibles, catetos y populistas que aplaudieron a rabiar y muy efusivamente, mientras que una parte minoritaria del mismo desaprobó tamaña vulgaridad. Muchas gentes están necesitadas en este mundo del toro y el toreo de conocerlo desde infinitos ángulos como el que ha expuesto un joven cineasta bilbaino a través de un precioso documental que arrancó en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y está dando la vuelta al mundo desde Argentina, Nueva York, México, Francia, Portugal, Academia del Cine y Capitol de Madrid, Bilbo, Barcelona, Valencia, Huelva, Osuna, Arnedo...

Se titula «Morarte: Historia de un encuentro». Se le pone palabra al torero y también al toro con el axioma inicial: «Si algo tienen de común el amor y el arte es que en ninguno de ellos cabe la voluntad» y «Se torea como se es», decía Belmonte, o «El toreo es un fiel reflejo de la vida» afirmaba Pepe Bergamín; pero desgraciadamente, en España, en un alto porcentaje, la fiesta está dirigida por analfabetos y dejada de la mano de Dios.

Nadie de la familia de taurinos de Donostia ha evitado que el escándalo se haya multiplicado hasta el infinito y hoy se echan las manos a la cabeza ante el tenebroso ambiente que la función de toros ha adquirido en la ciudad donostiarra, y no es Bildu quien quiere dar la puntilla a los toros, porque el toro ya venía atronado desde tiempos atrás y, sin embargo, los taurinos se asombran sin pensar que antes han sido capaces de burlarse por las claras, por su cara bonita -o de cemento armado- del público aficionado sin contar con nada escatológico en su imaginación.

También en otras plazas del Estado la fiesta de los toros se tambalea, pero en el Estado francés no, así que los celtíberos hispanos debían mirarse en el espejo de los galos, intolerables con el toro blandorro, el que embiste «sin molestar», el que mete la cabeza por dónde los coletudos quieran que la metan y que siguen dócilmente el juego y no admiten que se tengan que reconocer dos docenas de animales para seleccionar seis, y de seguro que alguno de estos, aun, sin ser de recibo, de tal forma que continúa el aserto bíblico según el cual por sus hechos los conoceréis. En el Estado francés se respeta la presencia con la integridad del toro y velan por ello organizaciones populares agrupadas en la Federatión de Societés Taurines de France que enhebran cada día de toros alrededor de la plaza, o lejos de ella, referentes culturales históricos, artísticos y sociales de alto reconocimiento.

Aquí, los taurinos profesionales se pasan la mano por el lomo, a veces deslizan un «porqué» cuya cantidad depende de lo tonto o de lo golfo que sea el político, el presidente, el crítico, el veterinario o el inepto figurón puesto por el ayuntamiento. Les priva el triunfalismo y las apariencias -estas engañan, ya se sabe- y pretenden que, según ellos, corridas hermosas y transcendentes a juicio de la mayoría sean una pantomima. Y aun existen facciones de los que intentan amordazar para que sea imposible la transparencia, además de cobardes que solo tienen por ley el insulto o la amenaza.

Este no es un comentario amable de los adorados por el circuito taurino moderno. Este es el comentario de un hombre libre que además dice que la fiesta de los toros no es una fiesta franquista ni burguesa ni españolista, que los toros -procedentes del uro salvaje- entraron por el norte, por lo cual el pastor vasco tuvo que defenderse del mismo con sus mejores armas: sus piernas. Por eso, el toreo atlético, de recortes, es auténticamente euskaldun y existen una serie de hechos que obligan al reconocimiento de la tauromaquia euskadiana.

Los hechos están en la historia y se puede afirmar que los vasco-navarros fueron los creadores del toreo a pie («Guipuzkoako Kondaira», Juan Ignacio Iztueta, 1777-1845). Se refieren al amor de los naturales de esta tierra por las diversiones populares en las plazas públicas, bailando al son del tamboril, jugando a la pelota «o con el novillo haciendo juegos de cintura»; hechos que de tratarse de un mismo juego nos induce a relacionarlos con los cambios, quiebros y recortes del toreo de Lapurdi, Landas, encierros de San Fermín...

En una apuesta en la plaza de Amezketa, un muchacho agarró por los cuernos a un toro, le dobló el cuello y le hizo besar el suelo, y cuando lo tuvo sujeto, preguntó: «Egin behar diot gehiago?». El padre Larramendi, sin confesarse aficionado, dijo en el siglo XVII: «que las fiestas en que no haya corrida de toros apenas se tienen por fiestas y es tan grande esta afición que si en el cielo se corrieran toros, los guipuzcoanos todos fueran santos por irlos a ver...».

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