Josu Tellabide Azkolain Etnólogo
No saber por dónde sopla el viento
El autor propone una reflexión sobre cómo se podría conmemorar el 200 aniversario, el próximo año, del «genocidio perpetrado en Donostia» el 31 de agosto de 1813. Apuesta por una «representación somera, clara y pedagógica» de las huestes inglesas y portuguesas cumpliendo la orden del general español Castaños, y rechaza la fórmula de donostiarras vestidos de tamborreros interpretando alegres marchas. Afirma que el sufrimiento humano no se puede celebrar, solo recordar con respeto, y rechaza organizar «farsas» que supondrían reirse de aquellas desgraciadas víctimas de una guerra en la que «no tenían arte ni parte».
Las personas adultas vemos cómo las fiestas, al igual que las costumbres, van evolucionando en nuestro pueblo. Tras pasar por la escuela (de frailes, monjas... en castellano, por supuesto), nos hicimos jóvenes y aprendimos a disfrutar de las fiestas sanamente, sin molestar a nadie... disfrutando. Vivíamos al margen de los medios de «comunicación», del fútbol, etc. Además, algunos adquirimos la sana costumbre de leer y gracias a ello supimos y sabemos que nuestro pueblo, desde tiempos pasados, tenía y sigue hoy teniendo famosas fiestas que se desarrollaban entre el 20 de enero y los carnavales. Entre ellas, la fiesta destacable, la diversión estrella, era la «sokamuturra» (y no la tamborrada como lo es actualmente), según nos relata, entre otros, Dionisio Azkue (Dunixi) en su precioso libro titulado «Mi Pueblo Ayer». La «sokamuturra» merece un estudio aparte. Se prohibió a principios del siglo XX pues, al parecer, molestaba a los veraneantes.
Actualmente, la única fiesta donostiarra verdaderamente popular que nos queda es la citada tamborrada, cuyo origen se halla en comparsas del carnaval y que resistió a la larga época franquista. En cuanto a la «semana grande», fue ideada pensando únicamente en los mencionados veraneantes.
Esta carencia de fiestas auténticamente populares ha dado origen por ejemplo a la iniciativa de los «piratas», ideada por la juventud donostiarra. También cabe recordar el espectáculo que desde hace tres o cuatro años se realiza en el Boulevard para conmemorar la destrucción y genocidio de la ciudad de Donostia el 31 de agosto de 1813, a cargo del ejército inglés que, junto con soldados portugueses, eran aliados del ejército español que luchaba contra las tropas napoleónicas.
Dicho nuevo espectáculo de aire seudomilitar consiste, entre otras cosas, en representar a los ingleses conquistando la ciudad, liberándola del ejército francés, para entregársela, naturalmente, a los españoles y, al mismo tiempo, saquear, violar mujeres y niñas y asesinar, para, finalmente darle fuego a nuestro pueblo para hacerlo desaparecer. Todo ello en cumplimiento de las instrucciones de los generales españoles Castaños y Alava y del inglés Wellington. Según los testimonios recogidos de las víctimas donostiarras, la orden del general español Castaños era incendiar la ciudad y pasar a cuchillo a todos sus habitantes. Dichas instrucciones fueron ejecutadas, eficientemente por cierto, por el el general inglés Graham, subordinado de Wellington.
Las autoridades españolas odiaban a los donostiarras pues, al parecer, además de vascos y foralistas, eran «afrancesados», partidarios de la modernidad y porque no habían demostrado su patriotismo español luchando contra los franceses. Y Wellington no sabemos qué tendría contra nosotros para ordenar llevar a cabo con tanta eficacia lo dispuesto por Castaños. El sanguinario Wellington negó en todo momento que tuviese nada que ver con dicho genocidio, demostrando ser, además, cobarde y falsario.
Lo hasta ahora expuesto pretende ser una reflexión acerca de cómo se podría conmemorar el 200 aniversario del genocidio perpetrado en Donostia, el próximo año. Se me ocurre que se podría hacer una representación somera, de manera clara y pedagógica, de las huestes inglesas y portuguesas cumpliendo la orden del general español Castaños. También opino que la representación de dichos crímenes no podría hacerse con gentes vestidas a lo tamborrero interpretando alegres marchas donostiarras, porque haría creer a algunos que lo que hicieron aquellos aliados de los españoles fue «liberar a Donostia de los franceses» y que la fecha de 31 de agosto de 1813 es maravillosamente feliz para los habitantes de este pueblo. Nada más falso... tras los ocupantes franceses estaban los españoles; el sufrimiento humano jamás se puede «celebrar», solo recordar con respeto; los delitos de lesa humanidad nunca prescriben; por último no podemos organizar farsas que supondrían reírnos de aquellas desgraciadas y pobres víctimas de una guerra en la que no tenían ni arte ni parte. La tamborrada que, como antes se ha dicho, tiene su origen en los carnavales, podría quedar desprestigiada al mezclarla con tan terribles hechos y el drama del 31 de agosto de 1813 resultaría frivolizado (cuando no ocultado).
Todo lo anterior son sólo reflexiones que deseo dar a conocer, nada más. El comandante del ejército español E. Munarriz Urtasun, en su novela histórica sobre el sitio de San Sebastián de 1813, publicada en 1958 -en plena dictadura franquista- dice: «El 31 de agosto de aquel año 1813 el general Graham al mando de ingleses y portugueses que peleaban como aliados de España en la guerra de la independencia, liberaron San Sebastián; pero cosa inaudita, mientras los vencidos franceses eran tratados con la mayor benevolencia, la ciudad amiga, que recibió con los brazos abiertos a quienes creían sus salvadores, fue entregada al más bárbaro e inhumano saqueo. Cuando terminó, San Sebastián había dejado de existir y de 600 casas que antes tenía sólo quedaban en pie 36, las de la calle Trinidad, acera del lado del Castillo, que sirvieron de alojamiento a los portugueses. Los vecinos que pudieron escapar a la matanza se refugiaron en los pueblos y caseríos cercanos.»
Esto lo escribía un comandante del ejército español en pleno franquismo (como hemos señalado), época en la que nosotros fuimos «instruídos» en la asignatura llamada «Formación del Espíritu Nacional» que, precisamente ayudaba a «olvidar» algunos pasajes de la Historia. Y algunos que, por lo que se ve, no saben por dónde sopla el viento y que todavía no se han enterado de todo ello, a lo mejor son capaces de tomar «por asalto la ciudad ocupada por el ejército invasor, la incendian, la saquean y degüellan gran número de sus moradores» como reza la placa existente a la entrada de la calle San Jerónimo (les invito a que la lean), aderezando todo ello con sonoros cañonazos, lectura de poesías, regalos de flores y alegres marchas. Y en ese caso, ¿qué tendríamos que hacer los donostiarras y los turistas? ¿Reírnos, aplaudir, saltar al son de la música... o huir aterrados llorando a refugiarnos en los pueblos y caseríos cercanos?
Para terminar, citar a los que, por su parte, en esa fecha aciaga de 1813 sólo ven un mérito a celebrar: la reconstrucción de la ciudad. Y es que mencionar la destrucción es de mal gusto, ¿saben? Pero oiga, si va a contarme Vd. con grandes alabanzas la reconstrucción de Donostia, tendrá Vd. que explicarme primeramente su destrucción. Realmente, a muchos nos interesa más la Historia (la destrucción) y la Justicia (el honrar a las víctimas de la masacre) que la historia de la actividad de los gremios del sector de la construcción, dicho sea con todos los respetos.