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Por un Zinemaldia a la altura de los tiempos

Alfred Hitchcock decía que las casualidades no existen. Y, a tenor de la presentación del director de Zinemaldia, José Luis Rebordinos, de la sección Zinemira -dedicada a la producción anual del cine vasco-, cabe pensar que estaba en lo cierto. La decisión de no seleccionar la película «Barrura begiratzeko leihoak», que trata la situación de cinco presos políticos vascos, así como «Memorias de un conspirador», una entrevista con el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, difícilmente puede interpretarse en esos términos. No convence el argumento de que es una simple decisión, inocua y aséptica, del comité de selección. Atendiendo a los antecedentes de películas que tratan sobre Euskal Herria y el conflicto vasco, desde «Ama Lur» hasta «La pelota vasca», donde las coacciones más o menos veladas, el boicot y las polémicas interesadas han sido una realidad, lo ocurrido en este caso tiene similitudes. Y amplifica el espectro de la sospecha de una cesión ante las presiones, máxime cuando el propio comité había mostrado un interés inicial por esas películas.

Cualquiera que sepa un poco de cine es consciente de que las películas, malas o buenas, de autor o comerciales, están siempre vinculadas, de una manera u otra, a la sociedad de su tiempo, con los hechos y los procesos culturales, sociales y políticos que marcan el devenir personal y profesional de los creadores. No hay inconveniente alguno en mezclar cine y política, porque siempre han sido uno. Esa no es una razón que puede sostener esa decisión. Si la dirección de Zinemaldia quiere disipar cualquier duda sobre un insólito rebrote de la política del veto, debería defender con mayor vehemencia el derecho de los espectadores a ver y a juzgar, de acuerdo con sus propios criterios, esas expresiones, y salvaguardar su derecho a programarlas, a mostrarlas, pues esa es su función.

El festival de cine de Donostia no puede dejar de ser un espejo real de esta sociedad, justo ahora, ante una oportunidad para un nuevo comienzo. Cabe pedirle que esté a la altura de los tiempos. Lo contrario sería una lástima.

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