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Gertrude Bell, la reina sin corona del desierto

Dos proyectos cinematográficos tendrán como protagonista a Gertrude Bell, la arqueóloga, escritora, administradora colonial y espía británica que supo desenvolverse en el complejo entramado de una Arabia acorralada por las potencias occidentales. Angelina Jolie y Naomi Watts darán vida a esta mujer que fue seducida por las arenas del desierto.

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Texto: Koldo LANDALUZE  Fotografía: Stephane KOSSMAN

Al contrario de lo recomendado por el estricto código moral de la época, nunca se casó ni tuvo hijos y su imagen, retratada en tonos sepia en fotografías gobernadas por los aromas exóticos del desierto, emana de su conjunto un singular anacronismo que se explica cuando un amigo suyo describió de esta manera una de sus fotografías: «La señorita Bell aparecía subida a lomos de un camello luciendo uno de sus inconfundibles sombreros de plumas y posando orgullosa frente a la imponente figura de la esfinge de Gizeh. A su lado se encuentra su amigo Lawrence de Arabia y Churchill, que trata de mantener el equilibrio sobre su camello».

La mañana del 12 de julio de 1926 Gertrude Bell fue hallada muerta en su habitación. La causa aparente de su fallecimiento fue una sobredosis de pastillas para dormir. Este trágico episodio generó un gran debate porque se desconocía si esta sobredosis fue un suicidio intencionado o un accidente. Fue enterrada en el cementerio británico en Bagdad, en el distrito Bab al-Sharji y, entre la multitud de quienes siguieron el recorrido de su féretro llevado a hombros, se cuenta que se hallaba el rey Faisal, quien observó la procesión fúnebre desde su balcón privado. Un obituario escrito por su par David G. Hogarth expresaba el respeto del funcionariado británico para con ella: «Ninguna mujer en los últimos tiempos ha combinado sus cualidades -su gusto por la aventura ardua y peligrosa, con su interés y el conocimiento científico, su competencia en la arqueología y el arte, su talento literario distinguido, su simpatía por todo tipo y condición de los hombres, su visión política y apreciación de los valores humanos, su vigor masculino, el sentido común y difícil de eficacia práctica- todo moderado por el encanto femenino y un espíritu muy romántico».

Enamorada del desierto

Entre 1900 y 1914, Gertrude Bell llevó a cabo seis viajes a través del desierto durante los cuales estudió y retrató al detalle la arquitectura que encontró en las ruinas de Abbasid y aprendió las rutas que recorren el desierto. Antes del estallido de la Primera Guerra Mundial llevaría a cabo la célebre expedición que inició en Damasco en 1913 y culminó en Hayyil al año siguiente. Fue su viaje más conocido y peligroso debido a su incierto destino, porque su propósito era el de reunir información para el Gobierno británico sobre las tribus rivales de Wahabi y Shammar.

A la edad de 53 años ya era considerada como la mayor especialista en el análisis de la compleja política de la región mesopotámica, el actual Irak, y era conocida entre los suyos por el apelativo de la «Lawrence de Arabia femenina». A nadie se le escapa su papel al servicio de una potencia colonial; no obstante, Gertrude ha sido considerada como una especie de heroína de su tiempo, no solo por las hazañas que llevó a cabo en Oriente y que ayudaron a definir sus difusas fronteras y a establecer una política en una región tan importante y compleja como Irak, sino porque fue capaz de mantener ese típico comportamiento tan británico y protocolario en un área donde el papel de la mujer era radicalmente pasivo en política y opinión. En una ocasión, el jefe supremo de la tribu de los Anazeh dijo de ella: «Hermanos, habéis oído lo que esta mujer tiene que decirnos. Es solo una mujer, pero es fuerte y poderosa. Todos sabemos que Alá hizo a la mujer inferior al hombre, pero si las mujeres de los ingleses son como ella, los hombres deben ser como leones en fuerza y valor».

De arqueóloga a espía

A las puertas del inicio de la Primera Guerra Mundial, su vida dio un nuevo giro. En un momento en que tras la desintegración del Imperio Otomano las potencias europeas se preparaban para repartirse las riquezas de Oriente Medio, el Gobierno británico quiso sacar partido de este banquete utilizando los amplios conocimientos que esta británica tenía de la región porque nadie conocía la zona como ella y los principales jeques del lugar sabían de ella y respetaban cuando decidieron llamarla «La reina del desierto» o «La que monta a caballo». Un año después de que estallara la guerra, Gertrude Bell regresaría a Oriente convirtiéndose en la única mujer del Ejército británico que ostentaba cargo político. Tenía entonces 48 años. Pero ella misma no era ajena a los conflictos que generaba entre los suyos su presencia y responsabilidades. «Siendo una mujer, al diablo con mi sexo, una puede hacer poco más que tomar notas (...) es poca cosa comparado con lo que supone participar activamente, entrar en acción».

Reina en el tablero árabe

Fue la primera mujer que se doctoró en historia contemporánea en Oxford, una lingüista excepcional, arqueóloga apasionada, una orientalista emérita, cartógrafa, alpinista consagrada, fotógrafa y también exitosa espía. Había nacido en 1868 en el seno de la burguesía británica, disfrutó como pocas de sus contemporáneas la libertad de estudiar y viajar y desde muy pequeña trató en igualdad de condiciones a los personajes poderosos. Su corrección y seriedad la llevaron a tener amigos en todos los sectores sociales y en los más distintos escenarios geopolíticos: desde un jardinero iraquí, el virrey de la India, un periodista del «Times», un guerrero tribal, un jeque, un derviche, un funcionario turco o un aristócrata inglés. Conocería al rey Faisal de la mano de su amigo Lawrence de Arabia y, tras terminar la Primera Guerra Mundial, el trabajo de Gertrude adquirió una dimensión que jamás había imaginado cuando sus superiores le encargaron que estableciera las fronteras del nuevo Irak. Durante días se encerró en su despacho lleno de mapas y documentos para llevar a cabo este complejo cometido: «A veces -dijo nuestra protagonista- me siento como el Creador a mediados de semana. Sin duda se preguntaría cómo deberían ser las cosas, igual que hago yo».

Recorrió 30.000 kilómetros de arena liderando una caravana de camellos o, gracias a su fortuna, desplazando una expedición que incluía dos sirvientes, varios escoltas, un cocinero y tiendas de campaña en las que era posible encontrar infinidad de libros, alfombras, vajilla, vestidos elegantes y una bañera. Pero, también en esa infinidad de kilómetros, descubrimos el rastro solitario de una Gertrude Bell que con la única compañía de su criado Fathud, se internó en los paisajes inhóspitos de Turquía, Siria, Líbano, Irak y Egipto. Fue, al igual que otras personas nacidas en Occidente, una de esas personas «locas» que fue seducida por el encanto exótico de Oriente y supo comprender y respetar toda su complejidad.

Cuando, en la lluviosa tarde del 4 de abril de 1927, los estirados miembros de la Real Sociedad Geográfica británica se reunieron en Londres para rendirle tributo casi un año después de su muerte, los allí congregados no dudaron en considerarla como «la mujer más poderosa del Imperio Británico después de la Primera Guerra Mundial». Los rumores la señalaban como «el cerebro oculto de Lawrence de Arabia» que guió cada una de sus campañas militares y también quien marcó los límites del desierto para Winston Churchill.

Dos proyectos cinematográficos

Hasta el momento, el cine nunca había fijado su interés en este personaje, ni siquiera en la monumental «Lawrence de Arabia» dirigida por David Lean en el año 1962 se le hace mención alguna. Una de las pocas referencias audiovisuales en los terrenos de la ficción que tenemos de ella la encontramos en un episodio de aquella excelente teleserie producida por George Lucas y que llevaba por título «Las aventuras del joven Indiana Jones».

Por fortuna, dos proyectos cinematográficos abordarán la figura de Gertrude Bell en breve. El más inminente de ellos lleva la firma de un Werner Herzog que, tras el gran éxito que ha cosechado con su magistral largometraje documental «La cueva de los sueños olvidados», trasladará a la gran pantalla la vida de esta mujer cuya vida y obra sin duda entra de lleno dentro de las temáticas que tanto le apasionan al autor de «Aguirre, la cólera de Dios». Naomi Watts («21 gramos») será la protagonista de este filme y a Robert Pattinson («Crepúsculo») le corresponderá meterse en la piel del gran y atormentado amigo de Gertrude Bell, Thomas Edward Lawrence, alias Lawrence de Arabia. El propio Herzog ha señalado en referencia a este ambicioso proyecto titulado «Queen of the Desert» que «se trata de un gran relato épico ambientado en el desierto». El segundo proyecto llevará la firma de Ridley Scott el cual ha contado con el respaldo interpretativo de una Angelina Jolie que, de esta manera, verá cumplido su sueño de dar vida a esta célebre exploradora y arqueóloga británica. El argumento de este filme, cuyo título se desconoce por el momento, llevará la firma del prestigioso Jeffrey Caine («El jardinero fiel»).

Una espía en las arenas

«No dudo por un momento que la autoridad final debe estar en manos de los sunitas, pese a su inferioridad numérica, ya que de lo contrario tendremos un estado teocrático, que es el mismo infierno». Gertrude Bell explicaba así a su Gobierno la complejidad de Irak. Para ella los chiitas no eran más que gente «encarnizadamente devota, violenta e intratable, extremista, fanática y conservadora».

Un peligro a eludir, un auténtico polvorín. Supo ganarse la confianza de los jeques a pesar de la desconfianza que generaba, porque muchos la consideraban una espía británica. El juego de Bell se tornó complejo en cuanto Sayid Taleb, el temido opositor de Faisal, movilizó a los suyos bajo el lema «Irak para los iraquíes». Siguiendo al dictado de los informes de su espía, los británicos le tendieron una emboscada y lo deportaron. Por su parte, Faisal se centró en reforzar su prestigio deteriorado y comenzó a plantar cara a sus «protectores» británicos y, según señaló la propia Bell en una de sus cartas, aceptaba la «ayuda humanitaria» británica, pero sin renunciar a la independencia del Estado árabe que había logrado conquistar. Gran Bretaña no estaba por la labor de aceptar esa aspiración independentista y Bell se encontró en una encrucijada: traicionar su amor por Irak o rendir servicio al imperio.

La espía optó por lo segundo y ello provocó que su influencia sobre Faisal se diluyera. K.L.

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