Antonio Alvarez-Solís Periodista
La fuerza abertzale en las elecciones
A las puertas de las elecciones en la CAV, este artículo analiza las perspectivas de cada una de las grandes formaciones políticas en liza. El veterano periodista augura un choque «frontal y dramático», porque este sufragio «no permitirá a ninguno de los contendientes jugar con cartas de apoyo ni hacer operaciones de distracción».
Situados ya ante las inmediatas elecciones del 20 de octubre ha de analizarse con rigor la fuerza electoral o energía de atracción que albergan las cuatro grandes expresiones políticas que ocupan el panorama vasco. Parto en este examen, hecho con la perspectiva que en cierto modo concede la distancia, de que nos encontramos al pie de una cita electoral que va a galvanizar en los tres territorios el sufragio que en otros momentos -como las elecciones municipales, por ejemplo- podía desperdigarse en diversas expresiones localistas. El choque va a ser frontal y dramático. Lo último porque este sufragio no permitirá a ninguno de los contendientes jugar con cartas de apoyo ni hacer operaciones de distracción. Son unas elecciones referenduales.
Si la óptica que manejo es correcta parece claro que estamos ante una situación histórica que catalizan el soberanismo eskaldun y el constitucionalismo español. Es, por tanto, una batalla entre dos líneas paralelas que excepcionalmente y en términos de geometría plana no pueden confluir ni en el infinito. Es más, la situación que se plantea pone, ya desde ahora, en dificultades posiblemente irremontables una futura política de alianza entre expresiones tornasoladas del nacionalismo vasco y manifestaciones tibias del nacionalismo español. Una alianza de tal carácter reproduciría el estéril Gobierno que ha inmovilizado a Euskadi hasta el momento. Y eso no creo que vayan a permitirlo los electores. Euskadi ha sufrido demasiado y España ha injuriado demasiado para que la consulta se malogre en oscuras convenciones de gabinete. Una de las cosas que aparejarán más riesgo para los contendientes será, por consiguiente, el uso del lenguaje. Los vascos han adquirido, en incontables jornadas de dolor y frustración, una sabiduría muy fina para confundir ahora el voto mediante fintas verbales.
En el marco teórico desde el que observamos el momento vasco tenemos, y empecemos por ahí dada su antigüedad como formación, al PNV. El viejo partido no puede ignorar que limitarse a un complicado y corto juego autonómico introduciría un regusto muy peligroso entre la mayoría de sus seguidores, enfrentados ahora a un momento que exige una palmaria decisión entre ser o no ser vasco. La elasticidad ha llegado al límite. Al PNV parece que no le servirá de mucho hablar de sus cien años de existencia como atractivo electoral dados los movimientos que ha hecho en los últimos tiempos en un juego de la oca en que los vascos han terminado en el pozo. Ganar o perder estas elecciones, con una ultraderecha asentada en Madrid, es cuestión de vida o muerte en la posterior sucesión de muchos años. Quizá con estas ideas ante mis ojos me sorprenden no poco las últimas declaraciones de ciertos líderes peneuvistas proyectando sombras desafortunadas sobre el abertzalismo de izquierdas. Hace solo unos días una pobre señora -a cuyos deudos expreso mi sentimiento- murió al manipular su olla exprés, lo que demuestra que los artilugios domésticos no son tan sencillos de manejar. Hay que meditarlo todo.
En segundo término, dada la composición de la Cámara vasca, figura en esta sencilla reflexión un Partido Socialista al que ha de pesarle el naufragio de su nave gubernamental, recargada por los socialistas con sus extraños aliados «populares». Hay que acumular a esta torpeza concebida en una noche de ansiedad de poder el hecho de que el socialismo ha quedado vacío de destino en el mundo neocapitalista, ya que ha renunciado, entre otras cien cosas, a su doctrina fundacional. Su entrega a una oferta de material para remiendos sociales ha hundido al socialismo hasta un fondo cenagoso por el que le resulta imposible caminar sin acentuar su desgraciada inmersión. El buzo socialista se ha quedado sin oxígeno. Esto en cuanto a la línea general del socialismo, ya que en lo que respecta a Euskadi el Partido Socialista ha intentado elaborar una vasquidad con su poste de suministro en Madrid y con cuyo carburante quiere funcionar por la tierra vasca, como si ambas naciones no hubieran llegado a un grado insuperable de divergencia. España sigue funcionando con una arcaica literatura de vítores en tanto que Euskadi se encamina hacia una vida en que el colectivismo socioeconómico, que han amasado históricamente los vascos en el horno de las cooperativas, sirva de pista de despegue a los ciudadanos considerados en todo su valor individual. El socialismo del PSE se ha convertido en una ruinosa deslealtad a las masas -es un socialismo de aparato y connivencia-, mientras la izquierda abertzale y sus aliados se han decidido por un postsocialismo que ya se ha instalado en los conceptos colectivos como pretensión perfecta y necesariamente inteligible y realizable. El socialismo español es una estructura herrumbrosa. El socialismo abertzale es una forma de nacionalismo integrador. Eso creo.
En tercer lugar de esta reflexión, dada la composición del Parlamento actual de Gasteiz, está el Partido Popular. ¿Qué cabe decir de él? Apenas nada. La calidad política e intelectual de sus dirigentes, a los que dirige un curioso muchacho que parece estar tomando las aguas en algún balneario vasco, dice ya bastante para añadir mayores cavilaciones. Se trata de una pieza falsa en un dominó euskaldun. El Partido Popular de Euskadi durará el tiempo en que Euskadi pueda hacerse con el timón de su vida. Y no digo esto como si tratara de sugerir un acoso. Ni mucho menos. Pero en una Euskal Herria soberana el PP quedaría reducido a un resto de pied-noirs, lo que le concedería una permanencia residual en un marco contractivo. Durante mucho tiempo habrá españolistas en Euskadi -al menos yo así lo preveo, como prueba de libertad acogedora y madura-, pero políticamente ese núcleo irá languideciendo hasta quedarse en un reducto ya sin peso político. Lo malo del Partido Popular vasco es que está hecho con el fermento fascista de la derecha española, un fermento que no ha logrado ni un solo momento de progreso en España. Mala rama de tal árbol. Recuerda el PP vasco a la película «Verano azul», con sus niños ricos en bicicleta.
Y finalmente, una referencia a los que llegarán de nuevo a la Cámara de Gasteiz, pero más relajadamente y con un futuro próximo, realizable: la coalición EH Bildu. Resultan paradójicos, digamos ya de inicio, los esfuerzos y violencias que han protagonizado los partidos y los gobiernos de España para consolidar el independentismo vasco. Solamente esta sola consideración justificaría la batalla de la nación vasca por su independencia, ya que un comportamiento que a contrario sensu refuerza los cimientos de la política adversa a lo que pretende, y con tal grado de efectividad y consenso, es merecedor de su derrota en las elecciones.
Lo fundamental de la política de la coalición soberanista puede reducirse a dos puntos principales, si mi visión es válida. Por una parte, cristaliza eficazmente seculares aspiraciones de la nación vasca para ser lo que realmente es. Esto resulta ya indiscutible a estas alturas de la historia. Pero es que, además, esa nación no tiene más camino que la independencia para construir una vida eficaz en todos los sentidos. Euskal Herria, y por el momento Euskadi, no puede seguir atada a un cuerpo inerte. La candidata de HB Bildu, Laura Mintegi, destaca este aspecto. Euskadi ha de encarnar su alma viva en un cuerpo vivo. En este aspecto puede convertirse, ya independiente, en una referencia fundamental para otros pueblos. Estas elecciones tienen, por tanto, un alcance colosal. Euskadi es un laboratorio de la nueva libertad y la nueva democracia.