Conflictos tribales, amenazas de los partidarios del antiguo régimen, milicias armadas incontrolables: las nuevas autoridades libias, abrumadas ya por el incremento de la violencia, deben gestionar también el auge del movimiento salafista.

La destrucción de santuarios musulmanes en el oeste del país por grupos de extremistas islámicos ha evidenciado esta semana la expansión de su área de influencia, hasta ahora discreta y delimitada a su bastión en el este.

Acusados de negligencia, si no de implicación en los actos de violencia, los servicios de seguridad ya había sido blanco de duras críticas desde los atentados del 18 de agosto, que dejaron dos muertos en Trípoli y fueron atribuidos a los partidarios de Muamar Gadafi.

Diez meses después del linchamiento del coronel y el anuncio de la «liberación» del país, las autoridades aún no tienen Ejército ni unas fuerzas de seguridad estructuradas y deben contar con los exrebeldes que lucharon contra Gadafi para intentar mantener el orden.

El ministro de Interior, Fawzi Abdelali, señaló el martes que no quería arriesgarse a una confrontación con los grupos extremistas numerosos y bien armados, insistiendo en priorizar el diálogo.

«Ellos son fuertes porque el Estado es débil», afirmó a AFP Saleh al-Senoussi, profesor de Ciencias Políticas y Derecho Internacional en la Univer- sidad de Bengasi. Para contenerles, las autoridades deben hacerles comprender que el Estado puede hacerles frente y que no son los únicos que pueden recurrir a la violencia, agregó. «Cuando vean que no controlan el equilibrio de fuerza (...) se verán obligados a dialogar», dijo.

El sábado, fundamentalistas demolieron el mausoleo de Al-Shaab al-Dahmani, en Trípoli, y profa- naron su tumba. También saquearon una biblioteca en Zliten y destruyeron otro mausoleo en Misrata, indignando a la sociedad civil, a muchos políticos libios y a organiza- ciones internacionales.