Antton Morcillo | Profesor
Tiempo de rebeldía
Viernes tras viernes asistimos estupefactos y completamente indefensos a la sarta de medidas ejecutadas por el Gobierno de Rajoy para, supuestamente, enderezar la situación económica. Los recortes sociales se suceden sin que haya atisbos de efectividad para conseguir el fin programado, esto es, la recuperación económica.
En la lógica de los poderes económicos, las medidas implementadas son necesarias para generar confianza entre los inversores, es decir, los que tienen el dinero, para que lo inviertan en el Estado español, generen empleo y permitan conseguir suficientes ingresos para financiar las obras públicas, la educación o la sanidad. Así pues, bajo la premisa de incentivar la economía se justifican cuestiones tan contradictorias como bajar los sueldos y subir los impuestos, reducir los recursos destinados a impulsar la contratación y aumentar las partidas derivadas a tapar el agujero financiero, o recortar el gasto sanitario mientras se amplían los fondos destinados a seguridad.
En realidad, todos sabemos que el argumento es una gran falacia destinada a dar cobertura ideológica al FMI para seguir con su insaciable afán de acumulación de riqueza. No les basta con chupar, a través de las hipotecas, gran parte del dinero que cobramos los asalariados: además quieren cambiar las relaciones laborales para que produzcamos más barato y desmantelar las prestaciones sociales para seguir enriqueciéndose cuando tengamos que contratar seguros médicos privados. La idea puede ser muchas cosas, pero no absurda: la lógica de los poderes económicos es la lógica de la codicia.
Sin embargo, desde mi punto de vista, lo realmente trágico no es que una parte minoritaria quiera seguir acumulando más y más riqueza, sino que la mayoría asista anestesiada a la rapiña con la increíble concepción de que no se puede hacer otra cosa, o como mucho, con la aspiración de maquillar el despojo a base de retener migajas, sin pararse a pensar en las consecuencias de tal actitud.
En momentos como éste, lo realmente importante es marcar las posiciones ideológicas con pronunciamientos de «trazo grueso» y no perderse en afinar la lógica capitalista, hoy representada por las políticas del FMI, del BCE, Merkel o Rajoy. La confrontación ideológica, bien sea mediante palabra o acción, es lo realmente eficaz para los intereses populares porque es lo único que puede poner límite a la rapacidad. Creo que el Gobierno del PP tiene que empezar a ver que otra lógica comienza a instalarse en nuestras mentes, y que donde ellos ven banqueros imprescindibles, nosotros no vemos más que ladrones, que donde ellos ven inversores, nosotros vemos especuladores, que donde ellos ven adecuación del mercado de trabajo, nosotros vemos injusticia, que donde ellos ven déficit público, nosotros vemos fraude fiscal, billones de euros evadidos por los más ricos para no contribuir a la hacienda pública.
En ese sentido ha sido paradigmática la acción del Sindicato Andaluz de Trabajadores: si el PP quita el dinero a los pobres para dárselo a los ricos, los pobres tienen derecho a coger lo que es suyo. Planteado así, puede parecer un argumento burdo, pero, insisto, no es el momento de los mensajes dulces, sino de plantear que otra lógica es posible.
En Euskal Herria, por historia, trayectoria y cultura política, tenemos un entramado socio-ideológico con un potencial que debe ser modélico para toda Europa. Cuando el liberalismo impulsa la creencia de que la salida a la crisis no es cosa de izquierdas ni de derechas, sino de todos en abstracto, y para ello nos propone el modelo de gobiernos tecnócratas de bajo perfil político, lo que se espera de la izquierda vasca es precisamente todo lo contrario: revalorizar la acción política, prestigiar la solidaridad, la justicia y el compromiso social, impulsar la audacia y actuar sin complejos.
Sería lamentable que, por mor de una pretendida «modernidad», contribuyamos a minar la importancia de las ideas. Todo está inventado, también lo de seguir la corriente, renunciar a la ideología e inmiscuirse en el laberinto de la gestión hasta llegar a creer que lo bueno es lo puro, que lo puro es lo que no está contaminado por la coherencia, que lo coherente y lo pragmático están reñidos, que el pragmatismo y el posibilismo son lo mismo, que lograr lo posible es la virtud, cuando la virtud consiste en tratar de lograr lo imposible.
Los vascos y las vascas del siglo XXI, en el actual entramado legal, no tenemos instrumentos políticos ni económicos para construir la Euskal Herria que soñamos, y esa ha sido, y es, la esencia del conflicto vasco. En definitiva, todavía no podemos hacer lo que queremos, pero sí tenemos capacidad para no hacer lo que no queremos. De eso ya sabemos algo. Con organización e iniciativa, como ocurrió con la energía nuclear o la mili obligatoria, también se puede plantar cara al FMI y a los gobiernos del dinero; hay maneras de romper la lógica financiera, denunciar y atacar al fraude fiscal, ejercer la desobediencia civil ante los abusos del poder. En conclusión, se trata de impulsar fórmulas participativas de confrontación democrática.
Lo demás, las tendencias cada vez más manifiestas en nuestro entorno hacia la autocomplacencia, las visiones contemplativas, la atonía, el complejo del neófito, la corrección política, la sonrisa perfecta... son actitudes cuyo potencial electoral a corto plazo no pongo en cuestión, pero conocemos bien sus límites e hipotecas. Lo meramente institucional puede ser pan para hoy y hambre para mañana si detrás no hay tejido social que sustente el proyecto político, y ese tejido social sólo se puede activar mediante la confrontación democrática y la desobediencia ciudadana ante la injusticia. Esos, y no otros, son los instrumentos imprescindibles para avanzar.
En conclusión, no se trata de despeñarse, como nos abocaba la estrategia anterior, pero sí de despeinarse, como nos exige la coherencia con nuestra trayectoria política.