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CRíTICA: «Dredd»

El futuro masificado se construye en vertical

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Mikel INSAUSTI

Por una vez, y esto es noticia, el remake supera al original. En 1995 la versión producida y protagonizada por Sylvester Stallone no hizo justicia al cómic de John Wagner y Carlos Ezquerra, por lo que el cine quedó en deuda con los fans del personaje. Ha sido el inglés Pete Travis el que ahora lo ha devuelto a su punto de partida, una vez desligado de la pesada carga de la superproducción de Hollywood, y contando con la mitad de presupuesto.

La consecución del objetivo reparador se debe en gran parte a la modestia estelar de Karl Urban, fiel al Juez Dredd de las viñetas al parmenecer durante todo el metraje con el rostro oculto bajo el casco que le caracteriza, al contrario de un Stallone que tenía que dejarse ver de acuerdo con su fama. El actor neozelandés sale airoso del reto interpretativo que le obliga a expresarse únicamente por medio de los gestos de la boca, que es el único elemento del rostro visible. El suyo es un trabajo, nunca mejor dicho, puramente físico, y que los guionistas han sabido contrastar con el de su compañera de reparto Olivia Thirlby, encargada de poner la inteligencia dentro de esta pareja de agentes del futuro, gracias a su capacidad deductiva fruto de una mutación.

«Dredd» ofrece una representación del futuro distópico tan violenta como persuasiva, porque el oscuro factor ambiental se basa en la lógica de la construcción masificada en vertical. La acción transcurre en un único edificio que por si mismo se constituye en un barrio marginal bajo el control de un cartel de la droga. La sustancia adictiva en cuestión es de diseño o laboratorio, procurando al consumidor una sensación de tiempo suspendido, lo cual resulta comprensible en medio de una realidad que va cada vez a peor. En Mega City One viven hacinados entre 400 y 800 millones habitantes, como resultado de la fusión entre Boston y Washington. No hay policía suficiente para controlar a tanta población, así que para enfrentarse a la delincuencia el protagonista está por encima de la separación de poderes, siendo a la vez agente de la ley, juez y ejecutor. A pesar de semejante prerrogativa se halla en clara desventaja numérica frente al enemigo.

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