Dabid Lazkanoiturburu
Libia, el embajador estadounidense y la islamofobia
La muerte del embajador estadounidense en Libia en el asalto a la legación de la ciudad oriental de Bengasi da pie, a botepronto, a tres consideraciones.
La primera es que, lejos de las lecturas que ciertos sectores de izquierda progadafistas hicieron en su día, la Libia posrevolucionaria está lejos de ser un títere en manos de EEUU-OTAN-UE. Los libios tienen su propia agenda, más allá de que sea criticable o no, como quedó patente con la negativa a entregar al hijo del coronel Gadafi, Saif al-Islam, y la detención de varios miembros del Tribunal Penal Internacional.
La segunda, y relacionada con la anterior, tiene que ver con el hecho cierto de que la revuelta en Libia, y su triunfo de la mano de los bombardeos de la OTAN, ha abierto otra Caja de Pandora. Resulta paradójico que el embajador muerto, Christopher Stevens, quien tuvo como anteriores destinos plazas tan sensibles como Jerusalén, Riad, Damasco y El Cairo, fuera un adalid entusiasta de la revuelta que, al final, ha sido su tumba. Algunos sostendrán que estamos ante la repetición del viejo dicho de que «el perro muerde la mano del que le dio de comer» y compararán la situación con la del apoyo estadounidense a los muyahidines afganos, Al Qaeda y el ulterior 11-S. Recurso a mano si tenemos en cuenta que el asalto mortal a la Embajada tuvo lugar el mismo 11 de setiembre y 11 años después. La numerología vuelve así al primer plano.
Por contra, y en tercer lugar, todo apunta a unas manifestaciones de ira más o menos espontáneas y relacionadas con la difusión a través de internet (ese instrumento que no conoce ni de límites temporales ni de fronteras) de un libelo -es imposible calificarlo de otra manera- en formato película que denigra la figura del profeta Mahoma y tacha a sus 1.300 millones de seguidores de inmorales. Más si tenemos en cuenta su autoría -el judío-estadounidense Sam Bacile- y a sus promotores, un centenar de donantes judíos no identificados y el mismísimo pastor Terry Jones, quien quemó públicamente un ejemplar del Corán provocando una crisis diplomática al presidente de EEUU, Barack Obama.
No es un secreto la existencia de sectores claramente identificados e interesados en provocar al mundo árabe y musulmán y, de paso, dificultar el mantenimiento de Obama en la Casa Blanca. Cierto es que no provoca quien quiere sino quien puede y entre los musulmanes no faltan, al contrario, los que son capaces de caer en cualquier trampa de esta naturaleza en nombre de su sacrosanta religión. Cierto es que tampoco son los únicos (algo similar ocurre en sectores cristianos). Pero la especial sensibilidad de los musulmanes no se explica solo por factores intrínsecos a su creencia, sino que tiene que ver con la arabofobia e islamofobia creciente en Occidente. Un prejuicio del que, en mayor o menor medida, participan muchos más de lo que se cree.