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CRíTICA: «Camera obscura»

Ojos que no ven, corazón que sí siente

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Mikel INSAUSTI

Muy prometedor début de la donostiarra Maru Solores con una personalísima historia que arroja no poca luz sobre el problema de la invidencia. Y utilizo la palabra problema, porque «Camera obscura» apunta directamente hacia las dificultades de socialización para la persona afectada por la perdida de la visión, remarcando que esa problemática de la que hablamos está generada por el entorno mismo del paciente, y siempre deriva de la relación negativa con los demás.

La clave argumental de «Camera obscura» reside, en consecuencia, en cómo la protagonista invidente se comunica con el mundo del que forma parte, partiendo de la desventaja de sentirse observada sin poder idenitifcar a quien la mira y sus intenciones. Por eso mismo, aunque parezca en principio carente de sentido, ella utiliza una cámara fotográfica para descubrir todo aquello cuanto le está velado, por el simple hecho de haber sido víctima de un accidente químico que afectó a sus ojos. Nada mejor que un recurso tan visual y puramente cinematográfico para escenificar la ceguera, junto con la reflexión que conlleva sobre el orígen conceptual de las imágenes, en cuanto medio que conecta los sueños de la mente con la realidad objetiva.

Por lo que de interiorización tiene «Camera obscura», su máximo hallazgo es la joven actriz invidente Jaqueline Duarte, quien a falta de la expresividad de la mirada habla con una sinceridad y una carga emotiva superiores a la de cualquier interprete sin minusvalía alguna. Desprende una empatía tal desde la pantalla que me cuesta, como espectador, entender la falta de comprensión de sus padres ficcionales.

El tío fotógrafo, encarnado por Víctor Clavijo, es el único con el que la chica alcanza una buena química, lo cual no hace sino aislarla más con respecto a una madre sobreprotectora y a un padre volcado en el trabajo para costear las intervenciones médicas. Fuera del espacio intimo de la pequeña Ane, que también empieza a conocerse a si misma a través de su cuerpo, se desarrolla un vulgar melodrama adulto con triangulo incluido.

 

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