El debate sobre la independencia de Euskal Herria y Catalunya está adquiriendo una dimensión central en la conversación política. La impresionante fuerza de la movilización de la Diada, el previsible vuelco electoral en las próximas elecciones de la CAV, con un bloque mayoritario soberanista a la vista, o una coyuntura internacional propicia -con la victoria independentista en Quebec o el referéndum en Escocia, que avanza hacia el nacimiento de un nuevo estado europeo- son elementos que han propiciado la apertura de nuevas ventanas a la opción de independencia. Ayer, el Jefe del Estado español y Capitán General de sus Fuerzas Armadas entró de lleno en el debate. Ni el diputado del PSE por Gipuzkoa Odón Elorza pudo rehuirlo y frente a la «amenaza de secesión unilateral», planteó hablar de independencia, «porque el problema existe», y cambiar de estrategia.

El rey Borbón defendió la unidad española, equiparó la demanda de independencia con una «quimera» y planteó volver a los valores de la «brillante Transición Democrática». Nada nuevo. Pero el hecho de que se haya visto obligado a salir a la palestra indica preocupación por haber llegado a un punto de no retorno. Que la tendencia internacional y la maduración de las conciencias y las condiciones en las sociedades vasca y catalana van haciendo de lo imposible algo inevitable. Que el horizonte de independencia sea un factor que suma potencial y genera una nueva ola de creatividad, confianza y orgullo en Euskal Herria y Catalunya. Que cunde la idea de que lo mejor es, sin duda, que las grandes decisiones para estos países sean tomadas por las personas a las que más preocupan: quienes viven allí.

Disponer de un espacio fiscal propio sin el cual difícilmente puede existir el espacio político, recuperar poderes sobre la economía, poner la vida pública, las decisiones políticas, en manos de la ciudadanía van de la mano de la independencia. Es hora de pensar como país y actuar en grande. El tiempo de lo imposible es ahora.