El Jebel Akrad, puesto avanzado de la insurgencia siria
Los insurgentes sirios del Jebel Akrad, en el noroeste de Siria, ganan terreno en el interior montañoso de Latakia, en la costa mediterránea, y amenazan a los cercanos poblados alauíes fieles al régimen de Bashar al Assad.
Hervé BAR | AFP
Fronteriza con Turquía, la denominada «Montaña de los Kurdos», aunque arabizada desde el siglo XIII, ofrece un panorama espléndido cubierto de bosques de coníferas y huertos, entre barrancos y laderas rocosas donde cuelgan varias aldeas. La geografía humana es reflejo del lugar: los campesinos árabes suníes, la gran mayoría, abrazó inmediatamente la revuelta contra el presidente Bashar al-Assad y después la lucha armada. Entre los pueblos alauíes que limitan el Jebel, algunos muestran una neutralidad cautelosa. Pero la mayoría ha dado la bienvenida al Ejército y nutre al régimen con muchos de sus milicianos.
Los rebeldes tomaron inicialmente toda la región, provocando sangrientos combates con las fuerzas gubernamentales. El Ejército tomó en junio el control del enclave estratégico de Haffeh, ciudad suní cercana a Latakia y enclave en un entorno alauí hostil.
Pero en la montaña el régimen no tiene otra solución que retirar sus fuerzas, demasiado aisladas, para concentrarlas en las grandes ciudades, algunos puntos altos y ejes estratégicos.
La zona constituye una cabeza de puente a partir de la que los insurgentes se infiltran en Siria desde Turquía, y desde donde interrumpen el tráfico entre Alepo y Latakia.
«El Jebel Akrad está hoy casi totalmente bajo control de los mujaidines», explica el doctor Habib, el único médico de un hospital de campaña situado en el sótano de un edificio de Salma». «El Ejército ha intentado incursiones constantemente rechazadas. Los rebeldes tomaron ventaja. Los militares toman represalias con el bombardeo de civiles de manera indiscriminada», añade.
Sin ni siquiera sala de operaciones, el doctor Habib trata hasta a 70 pacientes por día, población civil y combatientes, y dice estar harto de este «régimen loco que aplasta a su pueblo bajo las bombas».
Los bombardeos de artillería son incesantes en el Jebel Akrad, donde grandes extensiones de bosques han sido devastadas por las llamas provocadas por los obuses. En Salma, principal localidad de la comarca, casi todos los edificios muestras los estigmas de estos bombardeos. Los helicópteros sobrevuelan diariamente el sector y disparan con armamento pesado. Las motos han reemplazado a los coches, objetivos demasiado evidentes. El precio del carburante está por las nubes. No hay electricidad ni agua corriente desde hace cuatro meses. La ayuda internacional no llega. Frente a la penuria, los habitantes que no no han huido se organizan. La tierra, generosa en esta temporada, provee una parte de las necesidades. La ayuda alimentaria y los medicamentos llegan desde Turquía.
Con un chándal negro y amables ojos azules, Abu Motea reparte desde la mañana hasta la noche parte de esta ayuda, sacos de harina y aceite de botellas recogidas en el otro lado de la frontera por su asociación siria, Nur al-Hud, o por la Media Luna Roja Turca.
Riesgo de masacre
A bordo de un minibús destartalado, este «partidario de la no violencia» recorre los sinuosos caminos del Jebel para distribuir alimentos tanto a civiles como a los mujahidines. La ayuda llega hasta los límites de los pueblos alauíes, cabezas de puente del Ejército y zona de acción de los shabbihas. «Demasiado riesgo para aventurarse», incluso para el pacífico Abu Motea.
Pueblos alauíes y suníes están aquí particularmente imbricados. La desconfianza, cuando no la enemistad, es antigua, y la posibilidad de masacres es grande. Los alauíes temen la venganza de los suníes, sobre todo desde el aumento del peso de los islamistas en el seno de la insurgencia.
«El riesgo está ahí, por eso hemos hecho salir a nuestras familias de las zonas más expuestas», dice el comandante Abu Baddih, uno de los comandantes del Jebel. «Hemos vivido juntos durante cientos de años, los vínculos informales todavía existen entre nuestros pueblos y los alauíes viven en paz en el Jebel Akrad», afirma. «La guerra sectaria es una trampa fabricada por Bashar», añade el doctor Habib. «El problema no es entre suníes y alauíes, sino entre el pueblo y el régimen bárbaro», añde Abu Baddih.
Hay signos que no fallan: mujeres con la cabeza descubierta, y hombres con el bigote finamente afeitado que reemplaza a la espesa barba de los mujaidines. En tierra alauí, en los contrafuertes del macizo del Jebel Akrad, el pueblo de Kdin vive aparentemente alejado del conflicto. Pero está rodeado de poblaciones suníes. Los campesinos recogen higos y manzanas en los huertos. Los niños corren de una casa a otra bajo la mirada de sus madres sentadas a la sombra. Ni rastro de hombres armados. «A veces pasamos por el pueblo, pero no tenemos ninguna razón para parar», dice Abu Baddih, comandante rebelde en la cercana ciudad de Salma. Pero tras la aparente normalidad de Kdin, la desconfianza es palpable, y la guerra la ha exacerbado. Apoyados en un tractor con ruedas enfangadas, los ancianos del pueblo miran al recién llegado. «¿Qué está haciendo aquí?» Los periodistas no son bienvenidos en Kdin. La paz con los vecinos suníes tiene un precio: la discreción, y sobre todo la neutralidad absoluta, mientras la mayoría de los pueblos alauíes han tomado partido por al Assad y temen el avance de la rebelión. Hervé BAR