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Berger invita a un mordisco de placer cinéfilo con «Blancanieves»

Acosos, violaciones, bragas usadas, vejaciones, vagones de metro exclusivos para mujeres, criadas al estilo rococó, gatos sobre una taza de café... no diga «enfermizo», diga «japonés».«Si hubiese sido productor y hubiera llegado un guión como este, con una primera página diciendo que es una película muda y en blanco y negro, con enanos toreros y carísima, también habría pensado que era obra de un loco», reconocía con humor el director Pablo Berger sobre «Blancanieves», la única película a competición que se proyectó en la jornada de ayer y que huele ya a premio. Incluye a una malvadamente divertida Maribel Verdú.
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Amaia EREÑAGA | DONOSTIA

En 2003, rodó la delirante «Torremolinos 73», en la que la pareja encarnada por Javier Cámara y Candela Peña alcanzaban el star system del porno casero. Dos años más tarde, escribió la primera versión del guión de «Blancanieves», una mágica -palabra que se le deslizaba muchas veces- revisión del cuento de los hermanos Grimm localizada en Andalucía, con iconografía flamenca y torera, aires de los años 20, seis enanos toreros, muda y rodada en blanco y negro. Evidentemente, a Pablo Berger le ha costado llevarla a la pantalla, pero este cineasta bilbaino, con solo dos títulos en su haber, ha conseguido que su clarividencia o terquedad, o ambas, hayan convencido a la crítica -además de ser seleccionada en Zinemaldia, tiene opciones para ir a los Óscar en representación del cine estatal- y también al público en su estreno en Donostia. La demostración, los aplausos de la sesión matinal.

Y eso que ha tenido que sortear una larga carrera de obstáculos: primero, conseguir financiación; luego, el éxito internacional de «The Artist», la película muda de Michel Hazanavicius que se llevó todos los premios el pasado año -«él homenajea al cine mudo americano, yo al europeo»- y, para más inri, el estreno este mismo año de otras dos versiones del cuento vía Hollywood. «Ha tenido que llegar un director de Bilbao y hacer la mejor de todas las Blancanieves», concluyó Maribel Verdú, una actriz en estado de gracia cuya madrastra mala, malísimamente divertida, es una de las joyas de la película. «Es una madrastra top model, la única que no quiere ser la más bella, sino la más famosa. Es un personaje patético, como muchos de las revistas del corazón. Solo quiere cambiarse de peluca y de vestido», explicó esta actriz, que después de llevar «25 años de carrera sufriendo, llorando, matando, muriéndome... me ha encantado ser mala sin pedir perdón».

Por cierto, que Berger ha deslizado algunos guiños, como el personaje del cómplice de la madrastra, su taxista y amante (el cazador en el cuento), al que el director concibió como un «negurítico». En el reparto está también el bilbaino Ramón Barea, el apoderado del torero y padre de Blancanieves. Barea no vino a Zinemaldia, aunque sí Ángela Molina (la abuela de Blancanieves), Inma Cuesta (su madre, una bailaora), Daniel Giménez Cacho (el padre, un torero) y Macarena García (Blancanieves).

Dos ideas de Berger: «Que la película sea en blanco y negro es una anécdota, pero es verdad que el blanco y negro sí exige una mayor atención por parte del espectador, pero, si este entra en el viaje, el placer es mayor que en una película sonora» y que «todo el cine se inventó en los años 20, con Murnau, Dreier o Gance. Lo que pueda parecer moderno o contemporáneo no lo es».

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