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Penitencia a la japonesa

 


 
Víctor Esquirol | Crítico de cine
 
Hace años, en un famoso programa de vídeos domésticos, emitido en una famosa cadena estatal y presentado por un famoso comunicador, decidió crearse una categoría especial para una gente sin duda muy especial. En dichas emisiones podían verse graciosos accidentes domésticos, embarazosas escenas de bodorrios... y japoneses. La distinción fue una idea brillante, ya que constataba una realidad que la mayoría de mortales tardamos mucho tiempo en captar. Y es que existe en nuestro planeta un pueblo que juega en una liga aparte. Sea en la categoría que sea. ¿Videojuegos? Sí. ¿Bromas pesadas? Desde luego. ¿Perversiones de toda naturaleza? Por supuesto.

El aislamiento a lo largo de los siglos, una historia fundacional especialmente cargada de violencia, unos mecanismos sociales que tradicionalmente han reprimido a más no poder el concepto de individuo en pos de una colectividad sagrada (modelo que, por cierto, está en claro declive desde hace ya varias décadas)... las razones no cabrían ni juntando todas las columnas del festival. El caso es que la gran nación del sol naciente tiene en su haber el -dudoso- honor de tener seguramente a las Gentes Más Raras (en mayúsculas, y sin acritud) de todo el mundo. Luego, cuando el viajante desprevenido anda por las calles de su capital y ve máquinas expendedoras de bragas usadas, o bares donde se goza de la compañía de gatos, o vagones de metro diseñados para alejar a las mujeres de los tocamientos por parte del sexo opuesto, o cafés donde las camareras van vestidas como criadas francesas, se escandaliza y se pregunta en qué país de perturbados ha ido a parar.

De perturbado (y ya me perdonará el Sr. Rebordinos, porque la propuesta lleva implícitamente su firma) es también poner en la primera jornada un maratón de media noche de cuatro horas y media de duración que, grosso modo, trata sobre lo enfermos que están nuestros amigos nipones. Así se nos presenta la serie completa «Penance» (Penitencia), que sigue los pasos de una madre que busca venganza por la muerte de su hija. Dirigida magistralmente por el siempre estimulante Kiyoshi Kurosawa, los cinco capítulos de esta serie pueden interpretarse como una versión japonesa de la ahora aclamada «Black Mirror». En otras palabras, un repaso despiadado a las miserias -que no son pocas- de una sociedad que ha hecho de lo enfermizo una de sus principales señas de identidad. Con pulso firme y una solidísima narrativa, Kurosawa reflexiona sobre la autoridad, la humillación, el sentimiento de culpa, la sumisión, el deber... y, por supuesto, no queda títere con cabeza.

De modo que, como dijo Obi-Wan Kenobi: «¿Quién está más loco? ¿El loco, o el loco que sigue al loco?». En nuestro caso: «¿Está más loco el programador o el espectador?». Culpables todos, porque las deserciones a lo largo de la maratoniana proyección se podrían contar con los dedos de ambas manos. No es para menos. Si he vendido bien el producto, sepan que todavía están a tiempo de verlo, eso sí, en versión recortada, es decir, en versión light, es decir, en versión no-tan japonesa.

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