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Alberto Pradilla | Periodista

Veterano de AEK

AEK sekta bat da!», gritábamos en los momentos de exaltación de las cenas de euskaltegi. Medio en serio, medio en broma. Pero real. Es curioso, pero todo euskaldunberri sabe que existe un principio de arquímides para quien intenta hacer frente a su euskaldunización dentro de ese gran invento que es la coordinadora de alfabetización de adultos. Especialmente, en un barnetegi. Este dice así: «un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido (etílico) en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba», que viene a ser el envalentonamiento con un precario nor-nori-nork. Lo se, porque lo he vivido. Siempre agradeceré (intento hablar en nombre de todos) la simpática paciencia y ayuda de quien te observa cómo balbuceas entusiastamente. Ahí están los irakasles y los actores secundarios. No como algo paternal, sino conscientes de que eso quiere decir Euskal Herria.

Mi tiempo de euskaltegi es algo que siempre echaré de menos. Por lo que dejas y por lo que haces y por todo lo que significa. Porque siempre he pensado que este país es lo más parecido a una Galia irredenta; rebelde y cabezona, celebrando su existencia en algarabía, con un jabalí, o en nuestro caso, con una buena sagardotegi. En realidad, lo que siempre me admiró fue la capacidad de confluir y crear país sin la necesidad de hablar más allá de nuestras primeras palabras en euskara.

Me acuerdo de jubilados, de chavales que salían del instituto y se sometían a otras dos horas de clase; me acuerdo de tipas que cuadraban sus horarios para poder ponerse un capirote que les castigaba por un mal uso del ergativo. Y qué bien lo pasamos.

Es difícil explicar qué son las horas de euskaltegi más allá de la satisfacción. Podríamos hablar de razones milenarias o de argumentos pegados al suelo. Cada uno tiene los suyos y UPN nos regala muchos a diario. Como navarro en nuestra Belfast, podría soltar un arsenal. «AEK, sekta bat da», quizás es uno de los más repetidos.

Lo decíamos, con ironía, contrarrestando la ofensiva antivasca que pretendía criminalizar ese espacio cuyo único delito es hacer lo que debería de serlo: es decir, que los vascos podamos hablar en euskara. Aunque también, con ese punto de orgullo del que sabe que toma parte de algo que es... la ostia. Barnetegi bat zor dizuet.

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