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VISITA DEL PREIDENTE EGIPCIO A NUEVA YORK

Un hermano musulmán en EEUU

Parafraseando la obra del escritor estadounidense Mark Twain, se puede comparar la visita del presidente islamista egipcio a EEUU con la sorpresa que generó en ambas partes «Un yanqui en la corte del Rey Arturo». Si la ficción partía de la base de un viaje hacia atrás en el tiempo, el encuentro entre Obama y Morsi evidencia el gran cambio registrado en el mundo árabe de un año y medio a esta parte.Egipto necesita dinero urgente y lograr créditos e inversiones extranjeras está en el ADN de los Hermanos Musulmanes, defensores de un liberalismo de bazar y muy lejos de propuestas revolucionarias en clave socioeconómica.

Dabid LAZKANOITURBURU

Aceptemos que Obama estaba convencido de que, contra tantos pronósticos, llegaría a convertirse un día en presidente de EEUU. Lo que es seguro es que ni él mismo se imaginaba que el mundo árabe iba a vivir semejante vuelco cuando, a principios de 2009 y al poco de estrenarse en el cargo, lanzó su famoso discurso conciliador con el mundo musulmán desde la Universidad egipcia de Al-Azhar.

Quien tiene que estar también sorprendido es el propio Morsi, candidato de última hora de los islamistas egipcios después de que los tribunales del viejo régimen invalidaran la candidatura del hombre fuerte de la cofradía y empresario Jairat al-Shater.

Ni el hecho de que presentaran un candidato gris ni la orden, horas antes de las elecciones presidenciales, de disolver el Parlamento con mayoría islamista impidieron el triunfo en segunda vuelta de Morsi. Como lamentó un analista estadounidense tras conocer los resultados, la fidelidad del electorado de la cofradía es tan sólida que habrían votado igualmente a Bugs Bunny si hubiera sido nombrado candidato por los HM.

Pero Obama sabe que no tiene en frente al «conejo de la suerte». En sus tres escasos meses de Presidencia, Morsi ha protagonizado varias decisiones que pueden considerarse como hitos en la historia reciente de Egipto. Además de restaurar el poder del Parlamento, mandó a retiro al nuevo hombre fuerte de Egipto tras la caída de Mubarak, el mariscal Hussein Tantawi. Más recientemente, los tribunales egipcios han iniciado una campaña de persecución judicial contra los restos del antiguo régimen, entre ellos contra su rival en las presidenciales y ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafiq. Desde sectores de la izquierda egipcia se acusa al presidente y a su Gobierno, de marcado carácter tecnócrata, de estar propiciando la islamización del país.

También es perceptible el giro, lento pero seguro, del nuevo Egipto en la arena internacional. El mismo hecho de que Morsi no haya corrido a viajar a Washington da una idea de lo que han cambiado las cosas. Y es que tras sus visitas de rigor a los países árabes vecinos -Egipto busca recuperar su posición preeminente en la zona-, Morsi viajó ni más ni menos que a China, todo un aviso a Obama y a EEUU de que, como mínimo, los Hermanos Musulmanes han optado por aplicar la geometría variable a la política internacional. Y, por si la elección de la gran potencia rival de EEUU como primer destino oficial no fuera suficiente, en su regreso, el presidente islamista egipcio hacía escala en Teherán, en el marco del intento bilateral de restaurar las relaciones truncadas al calor de la revolución iraní de 1979.

No todo son desafíos. Fiel al histórico pragmatismo de los HM, Morsi llega a Washington tras haber mandado a parar las protestas contra el film contra el profeta Mahoma y las últimas caricaturas publicadas en una revista francesa. La marcha atrás ha sido secundada además por el movimiento salafista Al-Nur, segunda fuerza del país, lo que revela que el «nuevo Egipto» sabe relativizar y contemporizar incluso en cuestiones sensibles como el tótem religioso en aras de la diplomacia.

La vuelta a la calma en Egipto -extensible a otros países árabes- contrasta con los disturbios en países musulmanes no árabes como Pakistán. Y contrasta, sobre todo, con el doble juego que protagonizó la cofradía en los primeros días de la protesta. Así, y mientras ante las peticiones de auxilio de Washington el propio Morsi y los HM lanzaban llamamientos a la calma, la página oficial de los HM arengaba a los suyos a defender a Mahoma ante la Embajada de EEUU. La arenga fue retirada cuando un diplomático de la Embajada les recordó a través de twitter que «nosotros también leemos en árabe».

Al margen de la necesidad táctica de los islamistas de no quedar al margen del pulso de la calle en aquellos días -y de no ceder todo el protagonismo a sus hermanos y rivales salmistas-, el final ordenado de las protestas ha servido a Morsi para mostrar a EEUU que tiene la capacidad de mantener la situación bajo control. Y, a la vez, supone un guiño en medio de las negociaciones a varias bandas de El Cairo con el FMI y el Tesoro estadounidense para lograr nuevos créditos y cancelaciones de deuda en un momento en el que la economía egipcia se resiente por la herencia de la era Mubarak, los efectos de la crisis global y la inestabilidad que ha reinado en el país desde su caída hasta prácticamente ayer.

Egipto necesita dinero urgente y lograr créditos e inversiones extranjeras está en el ADN de los HM, defensores de un liberalismo de bazar y muy lejos de propuestas revolucionarias en clave socioeconómica.

Morsi llega además a EEUU en un momento en el que representantes republicanos exigen suspender las ayudas anuales de Washington al presupuesto militar egipcio.

Esas multimillonarias ayudas eran sin duda el pago al viejo régimen militar y clientelista egipcio a cambio de que se mantuviera como un aliado fiel y, por tanto, comprensivo, cuando no cómplice directo, de la política israelí de aniquilación del pueblo palestino.

El triunfo de la revolución en Egipto ha devuelto al primer rango la espinosa cuestión de los Acuerdos de Camp David (1978) con Israel, por los que Egipto se comprometía a convertirse en puntal regional de la pax americana y, a cambio, Israel le devolvía, con la condición de la desmilitarización, la Península del Sinaí. este acuerdo fue desarrollado en otros anexos como la venta de gas a Israel a precios políticos y, una vez que Israel se retiró de Gaza, con la conversión de Egipto en gendarme para guardar la llave del inmenso campo de concentración gazatí manteniendo cerrado el paso de Rafah.

Todas estas cuestiones, sensibles a la opinión pública egipcia, tanto la islamista como la revolucionaria o panárabe, están sobre la mesa aunque los HM mantienen una posición de calculada ambigüedad.

El tiempo dirá si, en la cuestión israelí, asistimos a un cambio de paradigma total por parte de El Cairo o si viviremos un proceso más o menos lento de reposicionamiento de Egipto como la potencia árabe que siempre fue.

Pero es evidente, incluso desde la perspectiva de EEUU, que las cosas han cambiado. Las relaciones de Obama con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, son frías, con episodios incluso tumultuosos. Y no hay duda de que solo la negativa de Washington -y acaso el empantanamiento de la crisis siria- ha impedido hasta la fecha que Israel se haya lanzado a la yugular del Irán progresivamente nuclear.

EEUU es, o debería al menos ser, consciente de que los cambios registrados en el mundo árabe no le permiten mantener indemne su política de alineamiento -que a veces ha llegado a parecer hasta de sumisión- con Israel. En ese contexto se entienden los informes internos de la inteligencia estadounidense que revelan que los intereses estadounidenses e israelíes no son matemáticamente influyentes. Y cada vez menos. habida cuenta de la deriva ultrasionista y teocrática del Estado israel.

Es evidente que, en cualquier caso, este anunciado giro no sería nunca copernicano y que dependería, entre otras cosas, de que Obama revalide en noviembre su victoria de 2008. Pero no es menos cierto que EEUU está obligado a tener en cuenta la nueva situación. De momento, recibe a Morsi en la Casa Blanca. ¿Un hermano musulmán en el Despacho Oval? Este mundo se ha vuelto loco. ¿O no será que en realidad está volviendo la cordura?

Hay momentos en la historia en los que la realidad política supera a la mayor de las ficciones. Y el que tenemos la suerte de vivir en estos tiempos es uno de ellos. ¿Quién hubiera pensado hace tan solo año y medio que un islamista, miembro de la cofradía de los históricos Hermanos Musulmanes (HM), fuera a ser recibido con todos los honores por el presidente estadounidense -y negro, para mayor sorpresa-?

 

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