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Jon Odriozola Periodista

La letra pequeña (A Txomin Ziluaga)

En tiempos de internet, opina Azurmendi que «no hay nada más clarificador y sincero que el género epistolar». Son las cartas la base de este trabajo (y documentos de ETA)

Así define Xabier Sánchez Erauskin, en su Introducción, el libro de José Félix Azurmendi (ya en su segunda edición) titulado «PNV-ETA. Crónica oculta (1960-1979)». Esto es, desde la muerte del primer Lehendakari Aguirre hasta la arribada a Euskadi Sur de Leizaola. Una predisposición -continúa Erauskin- «hacia lo escondido, a lo aparentemente margi- nal, que entraña, a menudo, la clave de hechos más relevantes». A eso le llama «letra pequeña». Algo «aparentemente marginal», pero, añado yo, no al margen ni fuera de los márgenes sino al tanto de la caligrafía y los renglones de la Historia o la intrahistoria.

En términos lingüísticos diríamos que el trabajo de Azurmendi (director que fuera de «Egin» en años duros) es diacrónico, es decir, recoge los acontecimientos (ocultos, lo «marginal») de un proceso inevitablemente acotado en un periodo de tiempo concreto lo que le otorga, necesaria y dialécticamente, sincronía.

Lo dice el propio autor en el Prólogo, sin el petulante academicismo mío del parágrafo anterior: «esta Crónica pretende situarse en el pasado, recoger lo que se decía y a los que lo decían en cada momento, sin tener en cuenta lo que luego pasó». No es un tajo sincrónico o diacrónico a la Historia lo que hace el autor ni una mera cronología aséptica y equidistante. Es eso, sí, pero con codas y scherzzos y sin dobleces y hasta remansos para reflexionar hoy desde el ayer. En tiempos de internet, opina Azurmendi que «no hay nada más clarificador y sincero que el género epistolar». Son las cartas la base de este trabajo (y documentos de ETA), especialmente las del grafómano (y anticomunista, «tic» que no esconde) Manuel Irujo.

Hay algo que le importa a Azurmendi aclarar y es, pienso, disipar lugares comunes, orteguianamente hablando dizque leyendas urbanas hogaño. Abomina de despachar las cosas de un plumazo, así, sin más. Por eso entra en la «letra pequeña» y así escribe: «la lectura de estos relatos puede contribuir a clarificar malos entendidos, maledicencias, que no han sido óbice para que algunos pretendidos expertos hayan realizado afirmaciones rotundas como que el PNV siempre estuvo contra ETA...». En esta línea, concluye el autor que la percepción que se tiene -o tuvo- de ETA por parte de los actuales burukides del PNV respecto de sus predecesores apenas tiene nada o poco que ver. Pone de ejemplo a Luis María Retolaza, exconsejero de Interior que no hizo la guerra y no sé si la posguerra, que confesara que jamás se pondría del lado de nadie que no fuera la izquierda abertzale. No ocurre lo mismo, o no ocurriría, eso está por ver, viene a decir Azurmendi, en sus Conclusiones, con los actuales dirigentes peneuvistas pues «son conscientes de que, en una situación `normalizada', son los abertzales de izquierda sus competidores electorales más directos». Para mí, bingo, aunque, posiblemente, por otras razones.

El libro contiene un Índice Onomástico rico e ilustrativo para carrocillas y, sobre todo, la juventud transformadora.

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