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«Dar cabida a la música de hoy de una forma natural es el camino correcto»

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Gabriel Erkoreka

Compositor

La Orquesta Sinfónica de Euskadi estrena esta tarde, en el curso de su tercer programa de abono de la temporada, la última creación del bilbaíno Gabriel Erkoreka, «Ekaitza», un tempestuoso concierto para violonchelo y orquesta que el compositor ha dedicado a Asier Polo.

Mikel CHAMIZO | DONOSTIA

«Ekaitza», que se estrena hoy a las 20.00 en el Kursaal de Donostia, llegará mañana al Teatro Principal de Gasteiz, el jueves al Euskalduna de Bilbo y el viernes se repetirá nuevamente en Donostia. Junto a la obra de Erkoreka, la OSE y Michal Nesterowicz interpretarán también los «Cuatro interludios marinos» de Benjamin Britten y las «Variaciones Enigma» de Edward Elgar.

«Ekaitza» es un nombre muy sugerente. ¿Qué es lo que el público va a encontrar en su nuevo concierto para violonchelo?

El título que elijo para mis obras puede ser revelador, ya que a parte de servir como una pequeña guía para la escucha, es, en cierto modo, detonante de una serie de ideas que están presentes en la partitura. A la vez me sirve para acotar la libertad de acción y así poder dotar a la obra de personalidad propia. Ante todo, lo escogí por la belleza de la palabra en euskara.

Tiene varias obras con nombres de fenómenos atmosféricos («Ekaitza», «Nubes», «Mistral») y elementos naturales («Krater», «Pyrite», «Fuegos», «Océano»...). ¿Por qué ese interés y cómo se trasladan en su imaginación a un lenguaje sonoro?

Es cierto, «Ekaitza» es naturaleza, pero también alude a lo tempestuoso y a lo atormentado. En la obra se podrán encontrar diferentes grados de agitación, pero tampoco he pretendido hacer una obra descriptiva. Hay más... la palabra procede de eki y gaitz (sol y malo): hay una sección que gira en torno a esta nota musical, sol, que aparece ensuciada mediante desafinaciones conscientes en el violonchelo.

Últimamente también se está interesando por los procesos mentales como inspiración para algunas obras.

Sí, esas alusiones están también en Ekaitza y en otras obras como «Trance», «Ertzak» y «Kaiolan». Toman como punto de partida el comportamiento de la mente en situaciones extremas, al estar sometidos a limitaciones y confinamientos. Barreras que a veces nosotros mismos nos ponemos.

Hace algunos años que no abordaba un concierto para solista y orquesta. ¿Hay alguna diferencia substancial entre el acercamiento al género que hace en «Ekaitza» con respecto a conciertos anteriores como «Akorda» o «Afrika»?

Son diez años que han pasado muy rápido, pero sí que hay diferencias en cuanto a la diversificación de recursos técnicos y expresivos. Pero sobre todo en la relación que establezco entre el solista y la orquesta, que antes estaba principalmente relacionada con el timbre o color de los instrumentos. Es posible que ahora haya más carga sicológica: se confrontan el individuo y el colectivo, y en este sentido el concierto puede convertirse en un reflejo de la vida, nosotros solos enfrentándonos al mundo.

Los conciertos anteriores fueron para solistas poco habituales, pero «Ekaitza» tiene como protagonista al violonchelo. ¿Es duro enfrentarse a tantos referentes sublimes en el repertorio, desde Haydn hasta Dutilleux?

Así es. Con anterioridad hice conciertos para marimba, flautín, guitarra o acordeón, instrumentos que rara vez suelen ponerse delante de una orquesta. Ahora le ha llegado el turno al violonchelo, que cuenta con un amplísimo repertorio. Antes de empezar la composición de esta obra, realicé un estudio previo de prácticamente todos los conciertos más representativos del repertorio, y es evidente que la relación entre violonchelo y orquesta es una de las que más han suscitado la creación de grandes obras, algo que puede llegar a atemorizar.

¿Qué uso específico hace del violonchelo en «Ekaitza»?

Al comienzo de la obra, el violonchelo explora su registro más característico, el registro grave. Algo que igual no es muy común, ya que hay muchos conciertos para violonchelo, y no digamos para contrabajo, que lo sitúan tocando muy agudo, en la estratosfera. Hay una gran diversidad de tratamientos del instrumento, que he procurado que queden unificados al tratar a la orquesta como si fuera una enorme caja de resonancia del instrumento solista. En realidad el violonchelo es el protagonista de una «película» que, en un momento de la obra, tras su propia destrucción, es capaz de renacer libre en el último movimiento, reivindicando el uso de un instrumento ancestral de cuerda frotada, el rabel, que ha sido relegado por versiones posteriores más estilizadas.

¿Cómo se ha articulado la colaboración con Asier Polo? ¿En qué aspectos sus características como intérprete han influenciado en la fisonomía de la obra?

Conozco a Asier desde hace más de 30 años, cuando estudiábamos juntos en el Conservatorio J. C de Arriaga, en Bilbao. Tuvimos un encuentro previo en el que hablamos de nuevos recursos y posibilidades del instrumento, luego me retiré a componer, y desde hace unas semanas hemos estado colaborando en los ensayos. Ha sido un proceso fascinante, porque Asier es un músico increíble, que se apropia hasta tal punto de la música que luego es capaz de trasmitirla como si le saliera de dentro. Trabajar con intérpretes así es lo mejor que le puede pasar a un compositor.

La orquesta de Euskadi está realizando una apuesta muy importante por la música contemporánea en los últimos años. ¿Se está notando en la vida musical y en la comunidad de compositores?

En efecto, en los últimos años la OSE se ha volcado con la música contemporánea con proyectos muy ambiciosos. Es, sin duda, el camino correcto, darle cabida a la música de hoy de una forma natural, creando una conexión con músicas de otras épocas y conviviendo en las programaciones de igual a igual. Es arriesgado, pero al fin y al cabo es mucho más enriquecedor para todos.

 
REFLEJOS

«En `Ekaitza' se confrontan el individuo y el colectivo, y en este sentido el concierto puede convertirse en un reflejo de la vida»

RIESGOS

«En los últimos años la OSE se ha volcado con la música contemporánea con proyectos muy ambiciosos. Es, sin duda, el camino correcto»

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