La segunda ópera que se presenta esta temporada dentro del ciclo Tutto Verdi, «Un giorno di regno», es una apuesta difícil y encomiable de la ABAO, teniendo en cuenta que supuso para Verdi el primer encuentro con el fracaso, un año después de su elogiado debut. El propio maestro en su madurez consideró el maltrato del público injusto y fruto más de su «inclemencia» y de las circunstancias (acababa de enterrar a su esposa y dos hijos) que de la calidad de la música. Y así es, pues aunque la que fue la segunda ópera de Verdi, «Un giorno di regno», está lejos de su genial y último trabajo, «Falstaff», contiene ya las atractivas melodías y agradables composiciones poéticas que caracterizaron al autor italiano.

Colorida, agradable visual y musicalmente, y con una escenografía dinámica y de sobria belleza, se echó en falta un poco más de juego escénico y brío cómico, la chispa que el público que acudió el martes al Euskalduna estaba esperando de una ópera que le producía curiosidad y que tiene pocas ocasiones de disfrutar en el teatro. Fue el barítono Paolo Bordogna (El Barón) quien aportó más comicidad interpretativa acorde a su papel bufo. La soprano Irina Lungu (la Marquesa) demostró carisma y acertados registros agudos en sus dos arias (fue la más aplaudida) y el resto de personajes y coro defendieron bien sus roles.

Es cierto que esta ópera bufa está llena de melancolía, pero la composición musical y la trama, una historia en la que un caballero tiene que suplantar al rey por un día, mientras se ve envuelto en enredos amorosos, que acaban siendo resueltos con ironía, pueden dar mucho juego, teniendo en cuenta que lo que quiere el aficionado a la ópera, además de bel canto, es ser seducido por una historia.