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Mikel INSAUSTI I Crítico cinematográfico

A la hora señalada

Como espectador lo único que no tolero es que hablen en voz alta como si estuvieran en el salón de su casa.

 

No puedo presumir de puntual porque no lo soy. Hago trampa y siempre estoy en el cine a la hora de la proyección, por la sencilla razón de que suelo ir con bastantes minutos de antelación, así que me toca esperar a que empiece. En esas salas tan exclusivas de los Estados Unidos, donde no se permite la entrada una vez comenzada la sesión, no tendría problema.

Los cines Alamo Drafthouse te devuelven el dinero o te cambian la entrada por la de otra sesión, pero cierran las puertas a cal y canto en cuanto se enciende el proyector. Tan drástica medida está siendo muy discutida, aunque no creo que vaya a ser imitada en otros sitios, menos todavía en nuestro territorio, con la crisis y la subida del IVA.

Como espectador, no me molesta que la gente entre tarde al cine, ni tampoco que coman palomitas o manden mensajes por el móvil. Lo único que no tolero es que hablen en voz alta como si estuvieran en el salón de su casa viendo la televisión, algo que me costó una molesta bronca con unos agotes en el abarrotado estreno de «Baztan».

Lo de «agotes» va con segundas, porque realmente agotaron mi paciencia. Bromas aparte, no hay nada como ver la sala llena y con ambiente. Los que nos hemos criado en los tiempos en que en los pueblos se vivía el cine como un espectáculo colectivo nos identificamos más con las bulliciosas escenas de «Cinema Paradiso».

Lo otro son medidas que buscan la exclusividad de un determinado local, para distiguirse dentro del sector y tener una clintela fija formada por maniáticos que no acuden a cines donde admiten a menores de seis años, que los hay.

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