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Matteo Garrone | cineasta

«Los grandes centros comerciales operan como si fueran el plató de un reality»

Cuatro años después del fenómeno «Gomorra», el cineasta italiano Matteo Garrone (Roma, 1968) vuelve al cine con «Reality», mordaz reflexión sobre la degradación de los propios sueños, que llega a los cines avalada por el Gran Premio obtenido en el último Festival de Cannes.

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Jaime IGLESIAS | MADRID

El cine italiano, tan necesitado de recobrar el prestigio mundial que antaño tuvo, celebró en 2008 el recorrido internacional de «Gomorra» (Gran Premio del Festival en Cannes, triunfadora en los Premios del Cine Europeo) como un acontecimiento de primer orden. Más que una película, aquello fue un suceso, alimentado también por las amenazas de muerte recibidas por el autor del libro que la inspiró, Roberto Saviano, por parte de la camorra napolitana. Semejante repercusión desbordó al director del largometraje, Matteo Garrone quien vivió la resaca del éxito atenazado por una cierta crisis creativa: «Después de aquella experiencia pasé por un periodo en el que no encontraba historias, sujetos que me resultaran lo suficientemente fuertes como para motivarme. El miedo estaba empezando a comerme el alma».

Finalmente, empeñado en exorcizar los demonios de una fama súbita, Garrone encontró la historia y el personaje adecuados para volver a ponerse tras la cámara. El resultado es «Reality» (estrenada ayer en nuestras salas comerciales), un cáustico relato sobre un pobre pescadero napolitano que sacrifica todo cuanto de real posee en aras de vivir un sueño de fama al alcance de sus posibilidades cuya máxima expresión es la de conseguir entrar en la casa de Gran Hermano. En palabras de su director, se trata de «la historia de un hombre que sueña evadirse de su propia realidad para llegar a vivir en un paraíso artificial».

Reacio a valorar el alcance alegórico de su propuesta o su proyección como reflejo de la moral imperante en nuestra sociedad, el cineasta prefiere que sea el espectador el que articule esas posibles interpretaciones: «Me gusta que sea el público el que determine las cosas, de ahí que el final de la película sea un final abierto, ambiguo hasta cierto punto». Un final que puede ser asumido en clave de triunfo personal o de fracaso colectivo, según.

El trabajo de los actores que participan en el filme es uno de los aspectos más valorados por su director, especialmente lo que concierne al protagonista del film, Aniello Arena: «Tiene un gran carisma y un físico que le sitúa a medio camino entre Robert de Niro y Totò», comenta Matteo Garrone para justificar su elección. El caso es que se trata de un intérprete atípico, toda vez que Aniello Arena se encuentra, desde hace dos décadas, cumpliendo cadena perpetua en el penal de máxima seguridad de Volterra tras haberse visto implicado en un tiroteo entre bandas rivales cuando ejercía como sicario para la mafia napolitana. Allí, desde hace diez años, protagoniza los montajes de la compañía de teatro La Fortezza, formada por reclusos como él, y allí acudió a verle Garrone hace ya algún tiempo: «Fui con mi padre, que es crítico de teatro, y su trabajo nos cautivó. Ya para `Gomorra' quise contar con él, pero no pudo ser». Por aquel entonces el actor aún no tenía permiso para salir de la prisión pero cuando la oportunidad volvió a presentársele, Garrone no tuvo dudas respecto a su idoneidad para encarnar a Luciano, el pescadero protagonista de «Reality»: «Lo elegí porque tiene un aspecto creíble como personaje popular».

Esos rasgos de personalidad, entre lo tierno y lo grotesco, que atesoran en su esencia popular los distintos personajes que pueblan esta fábula, se encuentran también en el resto de intérpretes, cuya naturalidad lleva al espectador a pensar que, en su mayoría (teniendo además en cuenta el antecedente de «Gomorra») se trata de actores no profesionales, algo que desmiente su director: «En este caso todos son actores profesionales, no son muy conocidos porque casi todos proceden del teatro. Algunos del teatro cómico otros del teatro clásico, hay incluso quienes provienen del cabaret. Me gusta esa mezcla de estilos», confiesa Matteo Garrone.

Junto a esos rostros que reflejan el entusiasmo y la perplejidad de una población inocente y alienada, entregada, con la misma vehemencia, a la supervivencia que a la forja de falsos ídolos y esperanzas vanas que les saquen de la rutina, la otra gran protagonista de la película es la ciudad de Nápoles. El contraste entre esa realidad impostada que se proyecta en concursos como como «Gran hermano» y la arrolladora energía que desprende una ciudad viva y en permanente estado de agitación, resulta tan brutal como sugestivo y confiere un interés adicional a la propuesta. Para el cineasta romano, «Nápoles, verdaderamente, es una ciudad donde se viven varias realidades en paralelo. Hay un Nápoles más ligado al pasado, a la tradición, representado por los barrios populares, que son en los que viven y trabajan los protagonistas de la película, y otro Nápoles más conectado con el presente ejemplificado en lugares que, realmente, pueden ser calificados como no lugares: el centro comercial, el outlet, el parque acuático... todos esos sitios operan como si fueran ya el plató de un reality show y por eso me interesaba también explotarlos en la película, que se mueve dentro de un paisaje que está cambiando».

Esos «no lugares», como les define Matteo Garrone, son las plazas de ocio y esparcimiento a las que acuden masivamente los ciudadanos de hoy, erigiéndose paradigma de esos paraísos artificiales a los que alude el cineasta y ante cuya magnitud escénica, los resortes de la subsistencia ligados a la tradición picaresca, quedan, forzosamente anegados. Una reflexión teñida de amargura que emparenta a reality con los grandes títulos de la commedia all'italiana de los años 70, donde el humorismo se tornaba cáustico ante el inevitable devenir de los tiempos y la desesperanza emergía ante un estado de degradación moral colectiva.

Con tener presentes a los Monicelli, Risi, Scola, etc., Matteo Garrone también reconoce haber bebido de otras fuentes a la hora de articular esta propuesta: «Han sido un punto de referencia para mí tanto «Bellissima», de Visconti, como «El jeque blanco», de Fellini. También «Matrimonio a la Italiana», de De Sica. Todas esas películas afrontan temas importantes pero con ligereza y un tono de ironía. Con personajes muy humanos», precisa el director.


 

PRESO Y ACTOR

«El protagonista, Aniello Arena, tiene un gran carisma y un físico que le sitúa a medio camino entre Robert de Niro y Totò»

GOMORRA

«Después de aquella experiencia pasé por un periodo en el que no encontraba historias. El miedo estaba empezando a comerme el alma»

Televisión y alienación

Acaso porque en Italia la televisión privada llegó antes que a ningún otro país europeo (fue en 1976 cuando el imperio Berlusconi comenzó a tejer sus redes) o bien porque lo hizo coincidiendo en el tiempo con una época en la que el sistema político y de valores del que el país se había dotado tras finalizar la II Guerra Mundial comenzaba a anunciar una degradación irreversible (fueron los llamados «años de plomo»), lo cierto es que la pequeña pantalla siempre ha sido cuestionada en Italia como una herramienta de alienación donde tienen cabida preferente aquellos formatos que no hacen sino reflejar los pobres anhelos de una ciudadanía entregada a la exaltación de la individualidad y al abandono de lo «colectivo».

Esa moral del «sálvese quien pueda, pero yo primero» fue retratada con sarcasmo por algunos de los más brillantes cineastas italianos de los años 70 y 80. En muchas comedias de la época, la televisión aparecía estigmatizada como responsable de ciertos hábitos de conducta ligados al estereotipo del «qualunquismo» (el ciudadano medio que piensa egoístamente, a corto plazo, y únicamente buscando réditos personales). De este modo «Reality», de Matteo Garrone, no es sino el último (de momento) jalón en un camino despejado por obras como «Buenas noches señoras y señores» (Monicelli, Scola, Comencini, Loy, Magni, 1976) o «¡Que viva Italia!» (Scola, Monicelli, Risi, 1977) y que actualmente en la era de internet se nutre de formatos foráneos como los cuestionados en «El show de Truman» (Peter Weir, 1998), que dan al asunto una inflexión claramente postmoderna y pre-apocalíptica, que es la que imprime Garrone a su narración.

J.I.

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