Amparo LASHERAS | Periodista
Como una tormenta de melancolía
Sellos con aroma a chocolate, sensibles al calor o que brillan en la oscuridad son las novedades que la empresa de correos belga Bpost pondrá en circulación.
Largas colas a las puertas de los comedores sociales, en las carreteras, huyendo del hambre, de la desventura de la tierra y de las fábricas vacías; rostros sin esperanza sobreviviendo en las calles de ciudades insolidarias de color sepia. Huelgas que se olvidan y personas que van de un lado a otro porque ya no hay donde ir. «Como una tormenta de melancolía, cruzan las ciudades buscando el pan del trabajo», escribió Ignacio Aldecoa en la miseria de la postguerra. «Busco un trabajo y una paga decente, me voy por esa carretera polvorienta...», cantaba Woody Guthrie, en los años 30, con aquella guitarra obrera «que mataba fascistas». Son muchas las veces que he leído los cuentos de Aldecoa e innumerables las ocasiones que he escuchado a Guthrie, en un elepé del 69 que aún conservo. Se referían a realidades que llegaban a través de la literatura, las imágenes o la música y allí se quedaban, como una época que nunca conocería. ¡Ingenua de mí! El suicidio de Amaia Egaña, antes de que el juzgado procediese al desahucio, ha llegado sin palabras bonitas, con la cruda inmediatez de internet. En Euskal Herria se producen 20 desahucios al día de familias desconocidas, víctimas reales de la crisis. Todas tienen una historia que pasa sin decir nada ante una sociedad que no desea escuchar y la pasividad culpable de la Administración. El desahucio es un robo demostrado del capital y, en consecuencia, un problema social en el que hay que intervenir desde las instituciones y también desde la movilización popular, la desobediencia o la ocupación si fuera preciso. Si no volveremos a las «tormentas de melancolía» y a las «carreteras polvorientas» para que alguien escriba sobre nosotros.