Xi Jinping, quien desde ayer preside asimismo la Comisión Militar Central -tras la renuncia del actual presidente, Hu Jintao-, compareció en el Palacio del Pueblo al frente del grupo de los siete líderes (hasta ahora eran nueve) que formarán el santa santorum del poder en Pekín.

Con aire grave, pero sonriente, Xi pronunció un breve discurso sobre los grandes desafíos de China, destacando la lucha contra la corrupción y la burocracia y la mejora de las condiciones de vida de los 1.350 millones de chinos en un discurso en el que no hizo referencia alguna a sus predecesores y en el que se alejó de la retórica comunista, marcando distancias con sus antecesores y su tono monocorde. Su estilo franco y directo ante los periodistas fue saludado por internautas chinos. «Por fin un hombre que habla normal», repetían.

Triunfo de Jiang Zemin

Pese a ello, y atendiendo a la composición del Comité Permanente, los sinólogos prooccidentales destacaron el componente liberal-conservador de la mayoría de los siete miembros del Comité Permanente y coincidían en reaccionar con análisis agridulces al relevo en el poder en China. «No parece un equipo dispuesto a introducir reformas salvo en materia económica. En el plano político, son muy conservadores», resumía Jean-Pierre Cabestan, experto de la Universidad baptista de Hong Kong. «Es un poco la reedición de la camarilla de (el ex número uno) Jiang», insistía Cabestan, quien añadía que Hu Jintao «pierde mucha influencia».

En refuerzo de esta tesis se incluye precisamente la decisión de Hu de no mantener las riendas de la Comisión Militar Central, el máximo órgano del Ejército de Liberación Popular. Precisamente Jiang retuvo dos años más el control del tercer brazo del poder chino (tras el partido y el Gobierno) cuando en 2002 cedió el poder a Hu y a la Cuarta Generación.

Los no elegidos

El experto radicado en Hong Kong destacó en esta línea a los favoritos que se han quedado fuera del pequeño círculo de poder: Li Yuanchao, cercano a Hu y que pasa por reformador, y sobre todo Wang Yang, líder del partido en Guangdong y a su vez considerado reformista. Ambos han defendido públicamente reformas políticas y sociales. La tercera damnificada es Liu Yandong, quien sonaba como la primera mujer en la cúpula del poder chino.

«Por ahora pienso que los elementos conservadores han ganado», coincide Willy Lam, especialista de la Universidad China de Hong Kong. Joseph Cheng, analista de la City University hongkonesa, insiste en que «su composición está marcada por el dominio de los protegidos de Jiang Zemin», cuya presencia relevante en el clausurado Congreso no ha pasado desapercibida para nadie.

Como número tres y previsible nuevo presidente de la Asamblea Nacional Popular (Parlamento) se sitúa Zhang Dejiang, quien fue aupado al frente del partido en la megalópolis central de Chongking tras la purga del neomaoísta Bo Xilai. Su ascenso -algunas quinielas auguraban el tercer puesto para Wang Qishan- ha llevado a elucubrar con que podría ser incluso aupado al cargo de primer ministro. Es un conservador protegido de Jiang Zemin.

Tras él se sitúa el actual líder en la metrópolis de Shanghai, Yu Zhensgsheng, quien será el presidente de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPC), máximo órgano consultivo de China. Yu es considerado reformista aunque mantiene vínculos tanto con el clan de Shanghai del ex presidente Jiang como con el entorno de Hu, por lo que se le considera una figura de puente. Su edad augura que no durará más de una de las dos legislaturas.

En el quinto lugar en el escalafón se sitúa Liu Yunshan, actualmente al frente del Departamento de Propaganda. Está considerado un conservador aunque es cercano a Hu.

El bombero-jefe

Finalmente, y pese a las iniciales expectativas, Wang Qishan recibe un importante premio de consolación como presidente de la Comisión Central de Disciplina del PCCh, responsable de la lucha anticorrupción. Conocido como el bombero-jefe por la habilidad para resolver crisis a lo largo de una carrera que le llevó a la Alcaldía de Pekín, Wang está, como Xi, asociado a la facción de los «príncipes rojos» -está casado con una hija de Deng Xiaoping- y a la vez es muy valorado en los círculos económicos occidentales por sus conocimientos financieros y económicos.

Los expertos le auguran un peso decisivo en el Comité Permanente -pese a que es sexto en un escalafón oficial de siete- y su buena prensa en Occidente -de la mano de su defensa de las reformas económicas- evidencia lo difuso de la frontera entre una y otra caracterización política (reformistas, conservadores...) en la actual sinología.

En esta línea, Peter Martin, consultor occidental en Pekín, se jactaba de que «la nueva hornada de líderes sí impulsará medidas promercado», tal y como hizo Jiang durante sus dos presidencias, frente a un Hu que puso el acento, siquiera sobre el papel, en la redistribución y en cuestiones sociales.

De difuso puede ser también calificado el último de los siete, Zhang Gaoli. Mantiene una extrecha relación con Jiang y defiende el mercado. No está tan clara su adscripción política.

La presencia más o menos marcada de liberal-conservadores (liberales en lo económico y nada reformadores en lo político) está asegurada en la cúspide con el número dos, y casi seguro primer ministro, Li Keqiang, el delfín de Hu Jintao y quien el todavía presidente quiso, sin éxito, en 2007 que fuera su sucesor.

Kequiang tiene como él orígenes humildes (tuanpai) y su carrera arrancó igualmente en la Liga de las Juventudes Comunistas. Una serie de desgracias y errores de gestión (que le llevaron a ser calificado como gafe en la supersticiosa sociedad china) a su paso por el poder en diversas provincias le valió su condena a ser el segundón. Defiende la corrección social de los mecanismos de mercado.

Con todo, la gran incógnita reside en el propio hombre fuerte, Xi Jinping, quien despista totalmente a los sinólogos sobre su apuesta política y a quien se presenta como una solución de compromiso entre reformistas y conservadores.

El enigma crece si tenemos en cuenta que será el primer presidente del país nacido tras la revolución triunfante de 1949 aunque es hijo de uno de sus fundadores -por tanto, «príncipe rojo» o taidizang-. Desde Hong Kong, Lam vaticina que «los leales a Jiang Zemin podrían no serlo a Xi, lo que augura fricciones en la cúspide del poder».