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Víctor Moreno Profesor y escritor

La coherencia de Marías

En su artículo, Moreno se refiere al reciente rechazo de Javier Marías al Premio Nacional de Narrativa, dotado con 20.000 euros, gesto al que no niega mérito, pero asegura que el impacto «habría sido mayor caso de que el protagonista hubiera sido un escritor en paro». Y analiza la coherencia que adujo Marías para explicar su actitud, la cual, en opinión del autor, es bastante endeble, una coherencia que «sólo es posible gracias a la situación económica en la que alguien vive».

A estas alturas, hasta las islas del Pacífico saben que el novelista Marías dijo no al Premio Nacional de Narrativa, que otorga el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y que suponen al «agraviado» una pedregada metálica de 20.000 euros. Digo agraviado, porque hay premios que no se sabe a quiénes honran, si al artista o al jurado que los falla. En el caso de Marías, dejémoslo en un empate técnico.

No estará mal recordar que no es la primera vez que dicha desafección ha tenido lugar entre dicha entidad ministerial y el afortunado, aunque la murga mediática dada por Marías jamás la protagonizó ningún mortal. Antes que él, lo rechazaron el escultor Santiago Sierra, en 2010; Daniel Gil el de Diseño, en 2001, y Els Joglars, el de Teatro, en 1994, y, sin embargo, no provocaron tanta polvareda.

No solo eso. Marías enarboló su coherencia como base razonadora de su actitud. Lo que complica más las cosas. Porque, desde el momento en que uno invoca la coherencia, sea como un valor ético o principio de conducta sin más, hay que verificar con qué se es coherente. Si con un pensamiento de calidad o con una actitud pragmática, fruto de ciertas circunstancias interesadas y nunca expuestas.

Renunciar a un premio de 20.000 euros no está al alcance de cualquier mortal. Se necesita tener una buena talegada de euros en el banco para mandar dicha bolsa al triángulo de las Bermudas. Por tanto, decir no a dicha milonga sólo es posible a quien vive muy bien y que no precisa de Cáritas. El gesto tiene su mérito, pero el impacto habría sido mayor caso de que el protagonista hubiera sido un escritor en paro.

Ahora bien, ¿cuál es la idea que sustenta la coherencia de Marías causa motriz de su renuncia? Según sus palabras, «desde hace tiempo había tomado la determinación de rechazar toda remuneración que procediera del erario público (sic)». El porqué, nada causal, sino finalístico, vendría a continuación: «Para que nadie pudiera pensar que ha hecho su carrera gracias a subvenciones estatales». Aquí cabría encajar el adagio de «disquisición no pedida, culpabilidad manifiesta».

Causa sorpresa que Marías se preocupe de la opinión de la gente. Pues siempre ha manifestado un desdén altivo hacia lo que opinan los demás. Tanta sensibilidad por la opinión de la chusma produce extrañeza.

Hablando en serio. En este país, nadie que conozca el origen social del escritor lo habrá imaginado como un paria, pidiendo limosna al papá Estado o a su concubina editorial Planeta. Gracias a la incontinencia verbal del novelista, sabemos que hizo siempre lo que quiso y que nunca tuvo problema económico alguno. Jamás dependió de un ERE para subsistir. Y, desde que publicó su primera novela, «Los dominios del lobo», siempre dispuso de una editorial para vender sus obras. ¡Hasta se permitió el lujo de abandonar Anagrama! ¿Sería por las ayudas estatales a la edición que recibía entonces la editorial?

Para sostener su segunda «razón», adujo el hecho de «que no le dieran a mi padre el de ensayo también ayuda a que no haya aceptado. Si él no lo mereció, yo tampoco».

Está bien acordarse del padre de uno, pero ¿qué tendrá que ver la lechuga con la gasolina? Si cada hijo fuera a vengarse de las «putadas» que sufrieron sus padres, este país estaría en permanente guerra civil.

Muy distinto hubiera sido reconocer que durante 2011 se publicaron mejores novelas que la suya y que merecían dicho premio. No sólo hubiese dicho la verdad, sino que, además, habría dado una lección de humildad insólita. El hecho de que en ningún momento indicara que el premio no lo merecía por razones literarias, sino por consideraciones edípicas, sugiere una coherencia de chichinabo.

En la misma línea, y como tercera apostilla, Marías expresó que, como tampoco habían recibido este premio autores que él ha admirado, «Juan Benet, García Hortelano, Eduardo Mendoza, Jaime Gil de Biedma, quizás sea mejor estar en esa lista».

Un silogismo que tiene su peligrosa contrapartida en el futuro. Habrá que esperar a ver si su coherencia es oro de ley cuando el día de mañana sus adeptos, entre ellos E. Mendoza, piensen en él como futuro Premio Nobel y tenga que rechazarlo, toda vez que ninguno de sus queridos y admirados escritores lo recibieron, ni propuestos siquiera para el sueco ese.

Pero, volviendo a su excusa principal, y dejando de lado sus explicaciones más o menos peregrinas y psicologistas, me preguntaría por qué esa cabezonería en rechazar una graciosa remuneración procedente del erario. ¿Qué tiene de perverso el dinero del Estado?

¿De dónde procede el dinero público? De los contribuyentes. Es un dinero que, en principio, está fuera de cualquier sospecha «criminal». Recibir este dinero como premio a una labor bien hecha no deshonra a nadie. A no ser que se considere que el dinero de tales presupuestos sea, en su mayor parte, dinero negro o de sospechoso olor, olvidando lo que el emperador Flavio Vespasiano dijo a su hijo Tito: «Pecunia non olet».

¿De dónde sale el dinero privado? Me refiero al dinero que manejan las editoriales y los periódicos, en los que Marías ha publicado. Y, también, al dinero que él habrá recibido de ciertas instituciones privadas y mecenazgos, como remuneración a las distinciones y premios por su obra literaria.

André Schiffrin, en su libro «El control de la palabra», describía cómo los grandes grupos de la industria mundial -construcción, armamento, distribución de agua y alimentos- controlan la industria cultural, sea en formato de periódicos, libros o editoriales. El dinero con que estas pagan a sus escritores está tanto o más contaminado que el que procede del Estado. Pues hoy día, es un hecho que Estado y empresas poderosas mantienen lazos de contubernio económico más o menos solapado.

Puede asegurar cualquier escritor que su carrera literaria, sostenida en parte por sus libros y por los premios obtenidos de entidades privadas, es más coherente que la de quien ha recibido ciertos premios de las instituciones estatales?

Cuando cierta coherencia sólo es posible gracias a la situación económica en la que alguien vive, deja muchas costuras sin hilvanar. Rechazar un premio venal, proceda de donde proceda, es muy fácil hacerlo desde una posición económica saneada.

No negaré que la renuncia de Marías al Premio Nacional de Narrativa es un acto coherente con lo que dijo que iba a hacer caso de recibirlo, pero las explicaciones a dicho rechazo sugieren que la base de su coherencia es deleznable, poco sólida.

Hubiera sido mejor decir no, y, como el personaje de Melville, Bartleby, callarse para siempre.

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