luis landero | ESCRITOR
«Cuando uno descubre la ironía, se siente el rey del mambo»
Nacido en Alburquerque (Badajoz) en 1948, Landero se licenció en filología hispánica en la Universidad Complutense , siendo profesor de Literatura en la Escuela de Arte Dramático de Madrid antes de debutar en el mercado editorial con la muy original «Juegos de la edad tardía» (1989).
Alvaro HILARIO | BILBO
Luis Landero estuvo en Bilbo el pasado martes, 13 de noviembre, para participar junto a Jon Bilbao en el ciclo «Diálogos con la literatura», circunstancia que aprovechó para hablar de su última obra, «Absolución» (Tusquets) con la prensa escrita vasca.
Sorprendente, como todas sus novelas, «Absolución» cuenta la historia de un joven que, en el día más feliz de su vida, echa la vista atrás repasando su adolescencia y los caminos desde entonces recorridos. La contingencia, el azar, la casualidad irrumpirán en su existencia acompañando a un ramillete de tiernos y grotescos personajes, de trepidantes y alucinantes sucesos.
«Absolución» es una gran novela, recomendada para quienes gusten del lenguaje, del cuidado léxico y, en definitiva, de la buena lectura.
¿Es «Absolución» una novela sobre la felicidad, sobre el sentido de la vida?
Más que un libro sobre la búsqueda de la felicidad, es la historia de alquien que busca su lugar en el mundo, que le busca sentido a la vida. Esto es aún más claro en la adolescencia, una época de encrucijada donde se tiende a ver la vida desde una perspectiva trágica, donde hay una rebeldía sin causa. El protagonista se pregunta: «¿Qué hago yo en la vida?¿Cómo justifico este absurdo que es vivir?». La búsqueda de la felicidad es implícita a buscar ese lugar en el mundo. Esta búsqueda, al fin y al cabo, va dirigida a conseguir el bien para uno.
En el arranque del libro leemos: «Un día, allá en la adolescencia, un profesor citó una frase de Pascal: `Todos los infortunios del hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar'».
Los sabios de la antiguedad aconsejaban buscar la felicidad en la quietud; el viejo concepto de felicidad como quietud, paz. Es verdad y creo que, además, es una frase significativa esta de Pascal: las angustias y desdichas del hombre vienen de no saber estarse quieto; el hombre está desasosegado y en continua búsqueda. El hombre es también un animal en permanente huída: podría decir que también la misma búsqueda es un reflejo de la insatisfacción. El hombre está desasosegado y en continua búsqueda. El hombre es también un animal en permanente huída. En mi opinión, detrás de todo esto está la para nosotros inaceptable idea de la muerte.
Pareciera que el libro desprendiera cierta crisis sobre el concepto burgués de felicidad, de seguridad, un concepto de felicidad que, en estos días, se tambalea.
La felicidad depende mucho del dinero. Dinero y felicidad, hoy en día, van unidos. En mi infancia rural y campesina la pobreza y la felicidad eran compatibles (una vida humilde quiero decir, no de miseria). Mientras escribía la novela pensaba que estaba haciendo un repertorio de los lugares donde se busca la felicidad: dinero, amor, amistad, aventura, acción, éxito, moral, etcétera. De hecho, el personaje, cuando huye, no huye solo del problema, también huye ante la idea de la felicidad conyugal, del compromiso: «Vendrán las tardes monótonas, las nueras, los niños, las navidades, los regalos...», siente vértigo. Pero, en fin, yo soy un narrador; no tengo respuestas conceptuales, no soy capaz de traducir en conceptos las cosas que cuento. El personaje busca y huye, busca su Itaca. A todos nos da por pensar que vamos a empezar otra vez. El personaje hace un pacto: «Haría como su padre, como Moisés, como tantos: negociar con la vida y llegar a un pacto de mínimos, a un simple pacto de no agresión, tú no me das mucho y yo tampoco exijo más».
¿Es este un libro de ideas?
No me considero un escritor de ideas. Me gusta indagar y al calor de las palabras van surgiendo ideas. No son, empero, ideas que hagan grumos en la narración: surgen del propio personaje, son ideas solubles en la narración, que añaden algo a lo narrado.
El azar, la contingencia están muy presentes en el libro.
También están presentes la banalidad de la vida, el absurdo de la vida. Hay que distinguir: es cierto que, muchas veces, la vida individual está regida por el azar, pero no se puede decir lo mismo de los movimientos sociales. El hecho de que no somos nada, de que la vida y el mundo están llenos de belleza... El hombre sueña, quiere transcender su condición; el hombre es muy valioso (está lleno de ideas, de amor) y, a la vez, no es nada.
Olmedo, una de las personas que aparece en el libro, es inteligente, sabe qué hace y no quiere morir.
El problema de la muerte subraya nuestras cuitas; es el fondo de muchos de nuestros problemas, de nuestra insatisfacción crónica, de la melancolía, del desasosiego. Contaba ayer en una radio, que tenía una novia y no sabía si la quería y viéndole comer medio huevo duro decidí que no la quería; lo vi clarísimo. Eso no lo vi leyendo poesía, por ejemplo. Que tontería, ¿verdad? Pero en la vida pasan estas cosas. Si no hubiese sido por el huevo nos hubieramos casado y hubiese habido nueras, niños, bodas, regalos... eso es el azar. Es absurdo, pero la vida tiene mucho de eso.
Otro de los personajes, Gálvez, sin embargo dice que «las cosas no existen por casualidad». La suerte se busca y, por otro lado, el protagonista parece temer el compromiso.
Es aburrimiento, tedio. Es alguien carente de voluntad y, por lo tanto, de convicciones; esto le lleva a una situación de apatía porque deciden por él. Llega a la conclusión de que hay leyes que deciden por él y nada más puede hacer. A pesar de todo busca, aunque no encuentra; y si encuentra no le satisface. Forma parte de la coherencia del personaje: no debe encontrar su lugar en el mundo; no puede haber un final feliz.
Algo muy presente en el libro son las palabras, cómo el protagonista se aferra a ellas.
Contingencia, tedio,ironía... cuando uno descubre la ironía se siente el rey del mambo; llegar a la ironía es, de alguna manera, llegar a la madurez. El mundo de las palabras, del lenguaje es muy consolador. Los locos hablan solos porque así reafirman su mundo; los enamorados escriben versos, los niños -otra especie de locos- hablan solos y se inventan sus cuentos, sus cosas, crean su mundo con el lenguaje y ahí dentro se sienten seguros. Los solitarios tienen tendencia a crear ese tipo de refugios.
«...Será que el amor está lleno de palabras», dice otro.
Sin duda. Si vemos a dos jóvenes enamorados, aunque sean feos, y se dicen «no entiendo cómo he podido vivir todo este tiempo» y ella le contesta en términos similares... se convierten en príncipes, en únicos; crean un mundo verbal. Y qué son los celos más que un mundo puramente verbal. Un celoso no necesita anclaje real. Las palabras son muy importantes.
Dices que las religiones han sido muy hábiles a la hora de apoderarse del perdón, ¿y la culpa?
Es probable que mi tendencia a la culpa sea uno de mis demonios literarios; me la inculcaron desde muy chiquito (estuve interno con los claretianos). Hay una frase, para cuando uno va a confesarse: «póngame usted la penitencia que el pecado lo busco yo». Hay una tendencia a la culpabilidad, está en la sociedad. Estoy en contra de quienes dicen que la culpa no existe: existe y debe existir; debemos ser, eso sí, clarividentes para no cargar con culpas que no nos corresponden.
¿El protagonista queda absuelto?
Igual que en la vida, son las personas a las que hace daño quien deben hacerlo. El hecho de «confesarse» lo hace posible.
«La búsqueda de la felicidad es implícita a buscar ese lugar en el mundo. Esta búsqueda, al fin y al cabo, va dirigida a conseguir el bien para uno»
«Estoy en contra de quienes dicen que la culpa no existe: existe y debe existir; debemos ser, eso sí, clarividentes para no cargar con culpas que no nos corresponden»
«El problema de la muerte subraya nuestras cuitas; es el fondo de muchos de nuestros problemas, de nuestra insatisfacción crónica, de la melancolía»
«Al calor de las palabras van surgiendo ideas. Surgen del propio personaje, son ideas solubles en la narración, que añaden algo a lo narrado»
¿Cómo ha sido la creación del protagonista, de Lino?
Se puede decir que el personaje nace de la frase de Pascal; .vamos, la frase explica como nace un personaje. He sido profesor y he tenido alumnos que no encontraban su sitio: estudiar, puede; trabajar... sí, pero no; el amar, el viajar... lo mismo. Insatisfacción. Nada permite alcanzar la plenitud que se busca. El personaje tenía este principio, esa frase de Pascal con la que estoy de acuerdo. Desde ahí se construye el personaje. Hay un momento en el que uno tira de la novela y otro en el que la novela tira de uno, entonces es cuando el personaje se pone en marcha, adquiere una forma de ser, un caracter, unos perfiles definidos y va casi solo. La idea de fuga, de escapar aglutina todo en torno al personaje.
¿Tiene Lino algo de usted?
Lino tiene de mí esa adolescencia un poco huérfana, de barrio. Los adolescentes, sus juegos, el guitarrista... siempre me sale el adolescente que yo fui con añadidos imaginarios, claro. Hay algo en mi adolescencia que pone en marcha al adolescente imaginario, al protagonista. La insatisfacción crónica y la culpa también son «virtudes» que transfiero al personaje.
Se habrá reído escribiendo el personaje de Gálvez, ¿verdad?
Sí, me lo he pasado muy bien. Estaba deseando llegar al momento en el que aparece: iba escribiendo notas -Olmedo, por ejemplo, está basado en una persona real, pero no Gálvez- y, en fin, hay personajes basados en la realidad y otros no. El padre de Lino es mi padre, que ya aparece en otras novelas mías. Cuando me dí cuenta pensé, «ya se ha vuelto a meter en la novela». Don Gregory también es real, es un medio pariente nuestro, con dinero, campesino, que fue a Nueva York. Gálvez, en cambio, es imaginario. Surgió poco a poco. En esa especie de paseos de ensueño empecé a verlo: su manera de ser, de decir las cosas, las cosas que dice; empezó a revelárseme el personaje. Me salió solo. Al llegar a él la escritura fluía sola. Y me lo pasé muy bien: es una escritura muy libre, como el personaje, que es libre, especial, un personaje donde todo es posible.
Puede que algún personaje, como Gálvez, sea un tipo de bufón de Shakespeare, de Sancho. Sin embargo, más que quijotescos a mí me parecen más cercanos a Valle-Inclán, al esperpento.
Puede ser. También se podría decir que son personajes expresionistas -Valle-Inclán, a la manera hispánica lo es, como Kafka, como los alemanes-. Yo me identifico con ellos en esa estilización de la realidad, que aún estilizada no deja de ser real; se estiliza de un modo un tanto grotesco. Me identifico con esa estética y también con la de la novela gótica o la de las películas de Tim Burton. Es una realidad con un aroma poético, a veces siniestro... Deformar la realidad, sí, pero no deja de ser real: incluso lo es más aún; el prójimo, sin ir más lejos, contiene muchos personajes esperpénticos.
Algunos, como la cohorte de afectados por el aceite de colza también están en esa línea.
En mi familia hubo afectados por la colza y la rondalla de afectados o la terminología esa de cohorte son reales: ¡Que bueno que los jerarcas de entonces inventaran esos términos! De pronto, escribes sobre la colza y al calor de las palabras la invención se dispara.
El perro «Comediante» es real; los perros son teatreros. No pensaba que un perro se me hiciera protagonista, pero apareció y se convirtió en personaje. Alvaro HILARIO