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Carlos GIL | Analista cultural

Nadie

Una cuantificación de la capitalidad nos explica que se trata de una excusa turística y gastronómica. La cultura más pragmática, la utilitaria, la que hace ciudad, pero se olvida de sus ciuadadanos

 

Nadie. Nada. Sola. Espera. Unos recogen las macetas. Otros hacen garabatos en un cuaderno cuadriculado. Espera. Nada. Nadie. La cultura está sola, aislada, concentrada en cápsulas nitrogenadas. Una cuantificación de la capitalidad nos explica que se trata de una excusa turística y gastronómica. La cultura más pragmática, la utilitaria, la que hace ciudad, pero se olvida de los ciudadanos. Nadie. Nada. Sola. Espera. Cuenta. Cuentas. Cuentos. Y en el horizonte un nubarrón.

Quién es nadie. Qué es nada. Cuándo y cómo estás sola. Espera, que nada ni nadie ha dicho la última palabra. Lo malo es que tampoco ha dicho la primera. La palabra. ¿Qué palabra? Las palabras. Un crucigrama. Un jeroglífico. Una greguería. Un aforismo. La palabra. Todas las palabras. Unas palabras por favor. Un verbo. Un sujeto. Un adverbio. Una frase más allá de la contabilidad y el excursionismo coral. Escucha. En la ducha. Por la lucha. Las palabras dadas; las palabras robadas; las palabras sudadas. Nadie. Nada. Sola.

Llegarán los que ahora garabatean en su cuaderno que excluye las macetas. Ella seguirá sola, a la espera, sin otra promesa que palabras hilvanadas y festoneadas de tópicos. Cultura aparcada. Quizás esté dormida esperando ese beso. O esté sesteando perdida en un nirvana. Nadie. Nada. Sola. Pero a la mejor no estás sola. Alguien se está calzando unas abarcas. Allí tartamudea una flauta. Esa joven desnuda su alma y esculpe un verso sordo. Despierta. Vuelan palabras atareadas, trajeadas, en un libro de tapas flexibles. Artistas ceden protagonismo a la ciudadanía. Una ceremonia. Una necesidad. Un unción. Nada. Nadie. Sola, pero en compañía de muchos.

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