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Con «César debe morir» los Taviani reviven el neorrealismo

Los Taviani vuelven a ser los grandes cineastas que fueron, pasados ya los ochenta años, gracias a un experimento realizado con absoluta libertad y rodado en su mayor parte en blanco y negro. Una reinvención de la estética neorrealista que les valió el Oso de Oro en la Berlinale.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

El último triunfo de los hermanos Taviani en un gran festival fue en 1.977 con «Padre Padrone», que ganó la Palma de Oro en Cannes. Este mismo año se llevaban el Oso de Oro en la Berlinale con «César debe morir», cuando Vittorio ha cumplido ya los 83 y Paolo los 81. En su caso los jurados han sido justos con su cine, porque les han premiado cuando realmente lo merecían. Y el galardón a su última película reconoce la capacidad de los cineastas toscanos para reinventarse, para revivir la estética neorrealista como si acabara de ser creada.

Si la máxima del neorrealismo consiste en que todo ciudadano italiano puede ser un consumado actor dentro de la ficción documental, en «César debe morir» se cumple a rajatabla. Dentro del reparto el único profesional conocido es Salvatore Striano, que no obstante cumple la condición de haber sido recluso hasta darse a conocer gracias a «Gomorra», por lo que no desentona con el resto de los internos de la prisión de máxima seguridad romana de Rebibbia.

Todos los presos demuestran unas dotes interpretativas innatas, y el hecho de padecer una condena les lleva a sentirse libres dentro de los personajes de la obra de William Shakespeare «Julio César», con una autonomía vital como no se ha visto en ningua otra adaptación cinematografíca. No se sienten condicionados por los textos, ya que les permiten la oportunidad de evadirse por encima de los muros a través de la transformación en otros seres de otro tiempo, también criminales como ellos.

Su director Fabio Cavalli se siente orgulloso de tan aventajados alumnos teatrales, aunque lo más duro para él es verlos regresar a las celdas una vez terminada la representación, mientrás el público se va a sus casas. El contacto vigilado con el exterior conlleva una fotografía en color, la cual contrasta con el blanco y negro del interior y el patio carcelarios.

 

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