Alto el fuego en Gaza
Israel pierde su poder de disuasión en un momento de cambio en la región
Dabid LAZKANOITURBURU
Puede parecer paradójico que los que han puesto casi 200 muertos y caminan ahora entre los escombros reivindiquen su victoria y que uno de los ejércitos más poderosos y temibles del mundo esté siendo objeto de duras críticas cuando asegura haber impedido cientos de ataques de sus enemigos interceptándolos tanto en su origen como en su trayectoria.
Puede parecerlo pero no lo es. Israel, enfrascado en los últimos años en una alocada carrera para humillar a los palestinos amparado en su fuerza bruta, se ha dado cuenta de que el crédito de su poder disuasorio se ha agotado. Le ocurrió en Líbano en 2006 y le ha vuelto a ocurrir ahora en Gaza, cuatro años después de que machacara con total impunidad a la población de la Franja (1.400 muertos).
El tiempo transcurrido y la obstinación del que se sabe prisionero en el mayor campo de concentración del mundo le han bastado a Hamas para, con la evidente ayuda exterior, dotarse de una capacidad de respuesta que, aunque lejos de alcanzar la simetría de las guerras al uso, ha forzado que Israel se lo pensara más de una vez antes de atreverse a dar una vuelta de tuerca y atacar por tierra Gaza.
A ello ha contribuido el nuevo escenario internacional, con potencias como Turquía y Egipto poco dispuestas a permitir que Israel saliera otra vez de rositas, siquiera diplomáticamente, de una repetición de la operación «Plomo Fundido» de 2008-2009. Y los EEUU de Obama lo saben y tampoco les conviene perder pie en la zona por dejarse arrastrar por la obsesión israelí por la victoria militar total.
Una victoria militar cuyo listón es cada vez más alto -precisa de más sangre, ajena pero también propia-, para Israel. Una trampa que, combinada con un refuerzo de las capacidades militares y una diplomacia inteligente por parte de Hamas, le ha permitido lograr la victoria y reivindicar su papel insoslayable en cualquier intento de resolver la cuestión palestina.