CRíTICA: «El hombre de los puños de hierro»
La película que parece montada por un karateka
Mikel INSAUSTI
Tarantino apadrina el debut como cineasta de su colega RZA, quien ve así cumplido su sueño de hacer una película mediante la cual combinar su doble pasión por el hip-hop y el kung-fu. De entrada, se antoja bastante desconcertante que este pretendido homenaje a las películas de artes marciales producidas en Hong Kong por los hermanos Shaw durante los años 70 y 80, y que forman ya parte inseparable de la cultura de videoclub, contenga un argumento que se aparta de los modelos más prototípicos del género. Debe de ser una de las consecuencias de la actual tendencia neoexploitation, pero el guión que el propio rapero ha escrito con Eli Roth, de profesión «sus terrores», mezcla descaradamente «Kill Bill» con el wuxia esteticista al estilo de Zhang Yimou.
La consecuencia de tan contradictorio planteamiento es que se nota un mayor cuidado en los aspectos tecnicos-artísticos relacionados con los decorados y las coreografías que en los narrativo-interpretativos, los cuales fallan por culpa de un libreto amateur y de una dirección de actores inexistente. Era de esperar, porque ni Eli Roth ni RZA pueden estar a la altura, en sus respectivos cometidos, de profesionales de la talla del coreógrafo de luchas Corey Yuen, del director de fotografía Chi Ying Chan o de los magos de los efectos especiales Greg Nicotero y Howard Berger.
Estamos en lo de siempre, debido al desequilibrio que se produce cuando una película que ha costado más de quince millones de dólares quiere aparentar la despreocupación creativa de una película barata de serie B. En el caso de «El hombre de los puños de hierro», los fallos no son achacables a la falta de presupuesto, sino a la nula experiencia en la realización de RZA, quien se atreve a emular a su mentor Quentin Tarantino empleando un sinfín de recursos de cámara y de edición que resultan artificiosos por la falta de cohesión entre ellos. La planificación y el montaje no contribuyen a una continuidad, porque da la impresión de que han sido hechos a golpe de karate, desligándose de un relato que se hace pesado en su simpleza.