
El pasado no puede cambiarse, pero los l�deres de hoy pueden corregir las injusticias de ayer
Seis años después de que los conservadores llegaran al poder en Canadá, el primer ministro, Stephen Harper, se sentó en torno a una mesa con el líder de la Asamblea de las Naciones Originarias, Shawn Atleo. La reunión vino precedida de un ambiente de tensión, con bloqueos de puentes y vías férreas, manifestaciones y huelgas de hambre para denunciar una situación que, según palabras de Atleo, «ya no puede aguantarse más». Y a pesar de que las Naciones Originarias son identificadas en la Constitución como una de las naciones fundadoras de Canadá -junto con los ingleses y franceses-, los amerindios tienen que hacer frente a unas condiciones de vida de extrema pobreza y aislamiento, con una vasta dispersión geográfica en medio de una tremenda diversidad de culturas, lenguas e ideologías.
Las Naciones Originarias, con su dolorosa historia y su geografía partida, no han dejado de luchar por la igualdad, la dignidad humana y la autodeterminación. Pero su situación ha ido empeorando, a fuego lento, hasta llegar a amenazar su propia existencia. Harper y Atleo no podrán cambiar el pasado, pero como líderes de hoy pueden corregir las injusticias de ayer.