Como todos sabemos desde nuestra más tierna infancia política, los poderes tienen una máquina de fabricar casualidades. Por ejemplo, si el Estado francés tiene un acceso de grandeur colonialista y manda sus fuerzas especiales a Somalia para montar un operativo con el fin de liberar a Denis Allex, un agente francés secuestrado desde hace años, con el resultado de diecisiete muertos, entre ellos, el retenido, hay que preparar algo inmediatamente que pueda desviar la atención.

Si en Bilbao se prepara una manifestación para reclamar la vuelta a casa de presos y refugiados vascos, la detención en Francia de dos militantes vascos viene especialmente bien, tanto al maltrecho ministro del Interior español, agobiado con tantos líos en sus despachos con moqueta que se sustancian con dimisiones y salidas propias o inducidas, como para el propio ciudadano francés que tiene unos minutos televisivos de despiste de la tragedia africana de este Hollande tan liberal que parece uno más y no uno menos.

El propio gobierno español ya había fabricado su casualidad política, Ángel Carromero, un cachorro del PP juzgado por el homicidio involuntario de dos miembros de la denominada oposición cubana del interior en accidente de coche, ha logrado con una celeridad plusmarquista el tercer grado penitenciario. Es decir, el gobierno español pactó y compensó a Cuba para que lo mandaran a cumplir su condena en firme de cuatro años a España, y una vez aquí, Esperanza Aguirre se dedicó a visitarlo en el centro penitenciario de Segovia con ánimo reivindicativo y nos aclaró que esa promesa pepera no «era un delincuente», pese a estar condenado, y Ana Botella, de paso, entre peluquería y spa, le ofreció un trabajo en el ayuntamiento de Madrid, se supone que para asesorar a los agentes de tráfico para detectar a conductores ebrios.

Ya ha dormido en su casa. Genial. ¿Quién dice que la justicia española es lenta? Cuando quiere es rapidísima, supersónica. Y los que digan que se le ha dispensado un trato de favor, son resentidos y antisistema. De estas casualidades y muchas otras está la memoria histórica llena. Y las calles de Bilbao repletas de solidaridad.