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A 30 años de la muerte de la «alegría do povo»

Fue el mejor puntero diestro de la historia del fútbol. El mejor gambeteador nunca conocido. El hombre que sonrojaba a los rivales y hacía reir al público. El pájaro veloz que no hace nada. Era Garrincha, el de las piernas tuertas, la «alegría del pueblo». Murió, hizo ayer, treinta años.

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Joseba VIVANCO

Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo; la pelota, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta. Defendía a su mascota, la pelota, y juntos cometían diabluras que mataban de risa a la gente. Él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. En el camino, los rivales se chocaban entre sí». El prestigioso escritor sudamericano y reconocido amante del fútbol Eduardo Galeano pintaba así al mejor gambeteador de todos los tiempos, al niño «flaco, chueco, cojo y con la columna desviada», al futbolista cuya pierna izquierda giraba hacia dentro ligeramente torcida y la derecha, seis centímetros más corta que la otra desde su nacimiento, forzaba ese mismo giro pero hacia afuera. Hablaba de Manoel Francisco dos Santos, que era su verdadero nombre; versaba sobre Garrincha, su apodo; reverenciaba al `Ángel de las piernas tuertas', como le rebautizó un día el poeta brasileño Vioncius de Moraes. El jugador más querido y olvidado de Brasil murió -se cumplió ayer- hace 30 años y sobre su tumba, como reza el aforismo que el escritor local Ruy Castro le dedicó, «si le hablas de Pelé a un anciano, se quita el sombrero como una señal de devota gratitud. Si le hablas de Garrincha, el anciano se pone a llorar».

Murió un 20 de enero de 1983. El único `adversario' que no pudo sortear fue la `cashasha', una bebida brasileña de alto porcentaje etílico que bebía desde los cinco años y que acabó, como reveló la autopsia, con su cerebro, corazón, pulmones e hígado. «Yo no vivo la vida, la vida me vive a mí», contestó cuando le pidieron moderación. Se bebió cada sueldo. Fumador desde los diez años, bromista impenitente, mujeriego irrefrenable -se casó tres veces y tuvo 14 hijos, uno con una sueca durante el Mundial escandinavo de 1958-, su última botella la acabó un 19 de enero y murió al día siguiente «pobre, borracho y solo», como diría Galeano. Contaba 49 años. Pero como sintetizó Joao Saldanha, seleccionador carioca del Mundial de México 70, «dentro de 400 años, cuando se hable de fútbol, se hablará de Garrincha».

Vino al mundo en Pau Grande, pequeño pueblo de favelas, un 18 de octubre de 1935, y la vida le deparó una habitación con siete hermanos. «Allí aprendí tres cosas, a ser humilde, a coser y a jugar al fútbol, en ese mismo orden», dijo una vez. Su primer trabajo fue en una fábrica de confecciones. Una polioemilitis dibujó las piernas chuecas que lo hacían cojear, lo que no le impidió mostrar su habilidad con el balón. Tras ser descartado por varios equipos -el Vasco de Gama le rehusó por no traer las botas, el Fluminense por irse antes de acabar el entrenamiento para coger un tren- una genialidad suya le metió de lleno en el Botafogo, donde sumaría 609 partidos y 252 goles.

Comenzaba su leyenda. Corría 1953. En ese intento por entrar en el club de Río, ridiculizó con un caño al entonces considerado mejor lateral izquierdo del mundo, Nilton Santos, el mismo que recomendaría su fichaje y así se evitaría el sonrojo que a partir de ese día vivirían en carne propia cientos de defensores, algunos de los cuales hasta se cuenta que terminaban por pedir el cambio. Baste como ejemplo una de sus proezas más recordadas, una jugada en la que `desnudó' al italiano Enzo Robotti en un amistoso que Brasil goleó por 3-0 a Fiorentina en el estadio Artemio Franchi de Florencia, en 1958. Garrincha eludió al defensa italiano, hizo lo propio con el portero `viola', y en lugar de marcar, esperó el retorno del zaguero, a quien volvió a sortear antes de empujar el balón al arco con una sonrisa en su rostro. Se dice que ni conocía los nombres de sus adversarios; es más, tras ganar la final del Mundial de Chile, ni siquiera sabía que era el último partido, ¡ni siquiera sabía que era la final, de lo que se percató porque había mucha gente!

Garrincha y pelé

Su presentación mundial fue en la Copa del Mundo de Suecia 58, donde al igual que Pelé, no jugó los dos primeros partidos. Al tercero, ante la Unión Sovética y necesitado de un revulsivo, el seleccionador preguntó por ambos al sicólogo que se trajo el equipo. «Dijo que yo era demasiado infantil y que Garrincha era un irresponsable, y concluyó que no debíamos jugar», recordaría después Pelé. Pero el entrenador, simplemente asintió con gravedad y le dijo al sicólogo: «Puede que tengas razón, pero el caso es que no sabes nada de fútbol». Y ganaron la Copa. Garrincha, cuatro años después, en Chile 62, sería nombrado mejor jugador del Mundial.

Con la selección brasileña disputó 60 partidos y jamás perdió jugando junto a Pelé, estrella con la que nunca se llevó del todo bien. «Detrás de cada gol de Pelé está uno de nosotros, uno del conjunto. El público aplaude a uno, no a todos. Es el fútbol. Lo de los reyes lo inventan los periódicos», llegó a afirmar. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment; Pelé llegó a ser el establishment.

«Si hay un Dios que rige el fútbol, ese Dios es sobre todo irónico y farsante, y Garrincha fue uno de sus súbditos encargado de escaparse de todo y todos... Fue un pobre y pequeño mortal que ayudó a un país entero a sublimar sus tristezas. Lo peor es que las tristezas vuelven, y no hay otro Garrincha disponible. Es preciso uno nuevo, que nos alimente el sueño». Esa cita es de Carlos Drummond de Andrade, el mayor poeta modernista brasileño, sobre un hombre analfabeto -se habla de su inteligencia muy por debajo de la media-, borracho, zambo y mujeriego, pero que dentro del campo no tenía rival que lo frenara. Fue el futbolista que levantó los primeros ¡olés! en un estadio.

¿Qué quiere decir Garrincha?, le cuestionaron una vez por el mote puesto de joven por su hermana Rosa. «Es una pájaro muy veloz», respondió. ¿Como la golondrina?, le repreguntaron. «No, no; la golondrina tiene clase; se la menciona mucho. No, este es un pájaro maluco. No hace nada; es un pájaro pobre, pero muy veloz, más veloz que cualquier pájaro». Así era Mané, así era Garrincha, así era la alegría do povo, la alegría del pueblo a la que se refería el poeta y como se le recuerda en Brasil. Colgó las botas en el Olaria, un equipo de Río, en 1972. Una selección mundial de la FIFA se enfrentó a Brasil en su adiós un año después, en Maracaná, ante 131.000 aficionados. Ayer se cumplieron 30 años de su fallecimiento. Estrela Solitaria, el último apodo que le acompañó tras su muerte y que resume su vida. Garrincha.

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