CRíTICA: «Django desencadenado»
Pronúnciese con «d» muda y marcado acento sureño
Mikel INSAUSTI
El experimento este del southerner, pues como que no le funciona a Tarantino, que se hace un lío mezclando subgéneros sin ton ni son. Es como si hubiera vuelto al videoclub en el que trabajó para coger trozos de películas al azar y editarlos en una sesión extra de casi tres horas. Hay quien dice que «Django desencadenado» no está entre lo mejor de su filmografía por culpa del cambio de montador, y puede ser, ya que la muerte de su estrecha colaboradora Sally Menke le ha obligado a probar por primera vez con Fred Raskin, que hasta ahora figuraba como segundo asistente en la sala de montaje.
Los títulos de crédito son, por ejemplo, puro spaghetti-western, pero el resto no lo es. Hay, eso sí, una deliberada presencia europea en el reparto, si bien la aparición de Franco Nero resulta muy forzada y con el coprotagonismo del centroeuropeo Christoph Waltz habría bastado. Las italianadas repartidas a lo largo de la banda sonora no pegan ni con cola en el contexto sureño, como tampoco los cortes de rap, que remiten al entorno urbano del blaxploitation, y no al mundo rural de las plantaciones. Y qué decir cuando llega la parte de melodrama hollywoodiense sobre el Viejo Sur en la tradición de «Lo que el viento se llevó», punto en el que las caracterizaciones se vuelven tan exageradas que Samuel L. Jackson cae en la parodia del servilismo embetunado que Spike Lee criticó en «Bamboozled».
En cuanto a la polémica sobre el tratamiento que Tarantino da a la esclavitud, pienso que no es más que un mero pretexto para justificar un tipo de violencia sádica y racista, que de lo contrario pasaría por gratuita. Tampoco le cunde gran cosa, debido a que las coreografías de las escenas de acción son muy burdas y nada esteticistas, no digamos ya cuando emplea la imagen ralentizada. Nada que ver con las del cine asiático que tanto admira, y más cercanas a las chapuzas de sus colegas Robert Rodríguez o RZA. Nada que ver con «Malditos bastardos».