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Patrañas

Carlos GIL
Analista cultural

 

En nombre de la cultura se perpetran auténticas patrañas. Parece que lo que impera es la simulación, la copia certificada y el desleimiento de todo lo que le confiere músculo, vitalidad y peso específico. Se quiere una cultura utilitaria, al servicio de una marca, una noción débil de una prefabricada identidad para el escaparate de ventas. Cumplir unos requisitos que se enmarcan siempre en un hurto de todo cuanto sea implicación en el porvenir cambiando el presente. Un lujo en franquicia, una bisutería presentada como un logro democrático que pueda venderse como joyas, cuando no es otra cosa que una manipulación consentida de sus esencias.

Frente a esta tendencia quedan los guardianes del templo de la cultura popular que no sea pop, ni populista. Al alcance de todos, pero exigiendo de cada ciudadano un paso al frente, no un encajonamiento en la queja sobre el funcionario como excusa que disfraza su insuficiencia participativa. Y en las artes en vivo, una actitud de complicidad con los públicos vistos como esa ciudadanía que se refleja en esos actos creativos, que acuden a una ceremonia de autoafirmación colectiva, y no como una masa que compra entradas con descuento.

Vivimos en el siglo de las redes, de lo líquido, de la externalización de nuestros sentimientos, amistades y comunicaciones por intercesión táctil de una pantalla que nos conecta con la propia pantalla que es nuestro ombligo. Si no interpelamos a la ciudadanía con una cultura que le acompañe en la ilusión, la lucha o la utopía, nos quedaremos como idiotas que venden patrañas al por mayor. Y con descuento de pronto pago. Para este viaje no hacen falta alforjas institucionales.

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