El «pacto» entre el PNV y el PP para aprobar los presupuestos en diferentes instituciones es el último ejemplo de una entente que viene funcionando sincronizadamente y ha permitido a los jelkides -más allá de «salvar» el trámite presupuestario- una concentración de poder económico sin precedentes. Mandar y controlar todo no es sinónimo de liderazgo compartido. Intercambiarse cromos y hacer números no equivale a negociar presupuestos. No comprometerse con nadie obligando a todos los demás a comprometerse con uno mismo es una «geometría variable» a la medida del PNV que algunos quisieran convertir en cultura política. Ciertamente, los humos que se han levantado en el proceso negociador de los presupuestos entre PP y PNV no pueden esconder el hecho de que ambos partidos llevan funcionando en una entente que ha permitido operaciones millonarias -Kutxabank y sus derivadas empresariales- de marcado carácter antisocial que rozan el saqueo de lo público.

PNV y PP han salvado los presupuestos y no esconden su felicidad. Su «pacto» presupuestario, sin embargo, es la puesta en escena de una entente que viene de lejos y va para largo.