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Aitxus Iñarra Profesora de la UPV/EHU

El límite

«Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores». Este supuesto y la diferente percepción del escritor J.L. Borges sirven a la autora para presentar su análisis sobre la disolución de los contornos que se creyeron fijos y la capacidad humana de horadar sus propios límites. Con la política y la economía, trazar líneas divisorias, normas sociales, regular la convivencia responde a dos pautas: la división dentro-fuera y la oposición entre lo correcto y aceptable y lo que no lo es. El límite marca el término de un lugar, una forma y un tiempo, pero el límite más poderoso, concluye, se halla «en la mirada vencida».

En «Otras inquisiciones», J. L. Borges se refiere a la confusión de planos distintos de realidad desarrollada por Pirandello, entre otros, con este supuesto: «Dos personas esperan en la calle un acontecimiento y la aparición de los principales actores. El acontecimiento ya está ocurriendo y ellos son los actores».

Dos personas, desde el papel de espectadores, esperan un suceso que va a acontecer en el futuro. Pero sorpresivamente se han convertido en actores de aquel cuando este se está produciendo. Distinguimos dos planos de realidad, la de los espectadores, proyectada al futuro y el exterior y la de los actores, vivenciada en el momento de una acción que ellos mismos protagonizan. En ambos casos todos ellos juegan su papel, pero solamente son los actores quienes se percatan de lo que está sucediendo en ese momento.

Los espectadores y los actores borgianos poseen una percepción diferente. Los primeros asumen un destino limitado: están a la espera intencionada de lo que va a suceder en el exterior, es decir, se someten a un objeto determinado desde fuera. Los otros, en cambio, al tomar conciencia del acontecimiento que está sucediendo en ese instante, se mueven en un universo impredecible, lo que implica una percepción que emerge simultánea al momento de la acción presente. Solamente entonces ocurre algo novedoso, sobreviene un vasto lugar inconcluso, la tierra de ningún propietario, la tierra de nadie. La del presente, en donde los límites de la atrofia para quien vive en el pasado o de lo ilusorio del futuro para quien sueña con él, caen ante la apertura y el contacto de un mundo nuevo, despojándole de sus imágenes y representaciones.

En este sentido, el ser humano ha sido capaz reiteradamente de horadar de forma anónima sus propios límites. Los cambios evolutivos, han venido disolviendo contornos que se creyeron fijos desde el comienzo de la historia de la humanidad. Así, desde que utilizó el lenguaje, desarrolló la conciencia del más allá y traspasó una frontera que le llevó a la hominización. Ello supuso la fractura de un límite, un salto fisiológico en su cerebro con el desarrollo del neocórtex. Trajo simultáneamente un cambio en su cognición y en la conciencia de sí mismo. Además, inició una inédita relación con sus semejantes, creando nuevos universos con sus espacios y sus tiempos.

Sobrepasar, ir más allá de la mirada limitada, es algo que se vive de muy diversas maneras. El campo, la frontera, la barrera o demarcación, eso que coloca las cosas en un sitio, es algo que da cuerpo, determina, identifica y también jerarquiza. Otorga al mundo la sensación de algo sólido, un espacio de espesuras. Aunque para quienes lo habitan este mundo es, sobre todo, un lugar de contornos, una cohabitación de espacios cerrados.

Cuando los códigos aplicados a la realidad humana se entienden como un método para trazar líneas divisorias, las normas sociales y morales o, en suma, la regulación de la convivencia responde a estas dos pautas: la división dentro-fuera y la oposición entre lo correcto y aceptable y lo que no lo es. Un ámbito restringido que excluye a los que disienten en sus ideas y sentires intensos. Porque este tipo de límite fijado crea fronteras sociomentales, sentidos constrictos y, a veces, la ominosa sensación de irreversibilidad de lo dominante. Lo que comenzó limitando las conductas y escindiendo grupos humanos acaba dicotomizando la vida.

Así sucede con la política y la economía. Estas actividades privativas de la humanidad se han convertido en su expresión actual en un poder fanático en la búsqueda de la sumisión y la adaptación del individuo a una interesada funcionalidad. Un duro hacer que cuantifica y califica, generador de rupturas y de muros de sufrimiento. Algo que acontece con las barreras de las desigualdades económicas, políticas u otras, y que son las que se transforman en todo un sistema de condiciones deshumanizadoras, arbitrarias, degradadoras de la dignidad de la existencia.

También hay líneas conflictivas como las que crean la incompatibilidad determinando así la creación de los antagónicos. Otras desvelan u ocultan lo que uno es, diferente de lo que representa ser. Existe, además, la voz que dicta los límites inexpugnables del dogma o tabú, verdades fabricadas o conjeturadas para el crédulo. Sin olvidarnos de los límites disputados por unos y otros, como sucede en la confrontación de los hechos cuando se dirime sobre el agitado tiempo entre la memoria y el olvido. En cambio en otras situaciones aquellos desaparecen o se vuelven vulnerables como sucede en el momento en que uno se siente acogido o en la cercanía de la interacción empática. Pero, incluso, los mismos límites que se corresponden con las formas físicas, son más una creación de un modo de percepción que una entidad estable, pues la misma materia, tal como explica la ciencia actual, responde más a patrones de relaciones que a sólidos límites de una sustancia. Incluso el mismo orden que se organiza con sus límites está condicionado por el imprevisible caos.

El límite marca el término de un lugar, una forma, un tiempo. Se convierte en referencia en nuestra forma de conocer. Demarca y cierra un campo que puede ser de visión, de información o auditivo. No da lugar para la evanescencia. Desvela la finitud y traza el final de la imprevisibilidad. Por esta razón, también, solemos desear vivamente los límites. Esos mapas que nos hablan de lo conocido y de lo que puedo reconocer dentro de sus estrictos márgenes. Entonces las lindes se convierten en camino, ese lugar que te saca del calamitoso extravío, te protege y te contiene, te dota de seguridad, ordena y quita la confusión. Proporcionan nitidez y ayudan a centrarse en lo concreto, aunque a veces sea a costa de una percepción limitada o de una aceptación sumisa.

Pero el límite más poderoso se halla, sin embargo, en la misma mirada vencida. En la frágil consistencia del sujeto cognoscitivo, en la propia percepción condicionada, asimilada y difundida de una civilización autoritaria y militarizada que, en su afán de adhesión, recluta conductas individuales y colectivas en su fatigoso anhelo de poseer el mundo. A diferencia de la mirada holográfica, que sin confundirse abarca todos los límites, propia de quien observa más allá de la perspectiva monocorde, y que emerge cuando las fronteras se abren y caen. Este es el momento en que uno mismo o un grupo consciente puede escapar del capricho y del viejo control de los dioses y de los hombres. Son las encrucijadas, como esta que vivimos, en donde lo rígido vacila, lo ya conocido se degrada y erosiona. Se abren nuevas posibilidades en la dificultad y la limitación, pero que solo pueden ser guiadas, sin demora, por la constancia de un nuevo conocimiento, abarcador de lo interno y externo, por una nueva energía e inédita actuación.

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