Nunca he hecho mucho caso (por no decir ninguno) al debate sobre el estado de la nación; me resultan patéticas las expectativas que los medios afines a la farándula se obstinan en crear ante cada sesión, y penoso que alguien se afane ante una representación teatral que ni siquiera renueva cartel. Claro que, por lo visto, el debate «se gana» o «se pierde» y puede ser que la gente se siente frente a la tele para ver otro «clásico», como lo del Madrid-Barça. Encuestas, resultados y puntuaciones. Como si el trasiego de fraudes y sobornos no haya sido el mismo estando unos en el gobierno y otros en la oposición que viceversa. Como si la ruina y la precariedad se debiera a uno u otro partido y no a la indecencia y la corrupción de ambos, con alternancia, pero en comandita.

Y aún estaban frescos los ecos del tú más Filesa que nadie y el tú más Bárcenas que yo requeridos en el guión cuando salta otro caso de corrupción: el asesino de Yolanda González trabaja para las FSE. «No -ha dicho el secretario de estado de Seguridad-, qué va. Lo que pasa es que trabaja para una empresa que imparte a las FSE cursillos sobre una temática muy concreta. Pero lo investigaremos». Claro. «No conozco su pasado; solo sé que ha respondido siempre a todo lo que le hemos pedido», aseveraba, por su parte, un comandante de la Guardia Civil. Ya ven: miles de millones en seguridad y resulta que a las FSE se les cuela cualquiera. No sé porque no las privatizan.

La peor de las corrupciones, la que abre cuenta corriente a la impunidad y evade no millones, sino responsabilidades, para seguir cobijando al terrorismo de estado que es, sin duda, una temática muy concreta. Corrupción. Y tradición. Marca España.