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Sin nostalgia, mirando al futuro, un movimiento juvenil fuerte

La nostalgia suele ser mala consejera. En un principio, genera una sensación agradable, pero tiende a tintar de rosa épocas pasadas y a descontextualizar los hechos, lo que realmente ocurrió en ese tiempo pretérito. Todo el mundo ha sido joven alguna vez, aunque en el caso de algunas personas resulte difícil hacerse a una idea clara de cuándo sucedió eso o de si realmente ocurrió. Y la gran mayoría tiende a idealizar aquella juventud. Los ahora jóvenes deben desconfiar de esos relatos sobre supuestas «edades de oro», no tanto porque en Euskal Herria no hayan existido momentos en los que los jóvenes organizados no hayan sido auténticos protagonistas del momento social y político, que los ha habido, sino porque en ese relato se pierden las partes más interesantes de esos procesos: por ejemplo, los debates, la dialéctica. Recurriendo a los tópicos, es verdad que la juventud es un divino tesoro, pero es mentira que todo tiempo pasado fuese mejor.

Tal y como recoge el libro «Matxinada: historia del movimiento juvenil radical vasco», del activista irlandés Eoin Ó Broin, el movimiento juvenil vasco es un hecho insólito dentro de la cultura política europea. Un movimiento que va mucho más allá de las franquicias juveniles de los partidos y de los reductos institucionales vacíos de poder que los «mayores» otorgan a sus discípulos. Históricamente ese movimiento ha abarcado mucha gente con diferentes grados de compromiso, con ideas distintas e incluso contradictorias entre sí, pero con un fuerte sentido de la autonomía, de la independencia, de estar luchando desde lo suyo y a su manera por lo de todos. Son rasgos generales de una conciencia política y militante que va desde lo muy concreto hasta lo muy general, desde un compromiso puntual hasta una vida entera entregada a la lucha por unos ideales. Ese movimiento ha sido posible gracias a unos y a otros. Es un claro ejemplo del famoso dicho «denok eman behar dugu zerbait gutxi batzuk dena eman behar ez dezaten».

Lo que también es inédito en Europa es el grado de represión contra el movimiento juvenil vasco, en general, y en particular contra las organizaciones juveniles de la izquierda abertzale. El balance de jóvenes que han sido detenidos, encausados y encarcelados por su actividad política en Euskal Herria es abrumador. El caso de las torturas, merece una mención aparte, algo que no se debe olvidar. Esa represión ha cortado una de las cosas más preciadas para un movimiento político: la transmisión generacional, el traspaso de conocimientos, bagaje y cultura política, de una cultura militante labrada con mimo durante décadas. Todo lo cual hace aún más admirable su capacidad de regeneración.

Transgresor sí, pero no en un sentido banal

Transgredir, en el sentido de escandalizar, es relativamente fácil. Ahora bien, transgredir en clave de construcción de alternativas, en clave de contrapoder, requiere un trabajo constante, un compromiso firme y una cintura política lo suficientemente elástica como para driblar las permanentes ansias inhibidoras y destructoras del poder establecido, En definitiva, obliga a desarrollar una gran capacidad de invención y dinamización que desembocará en muchos errores y en algunos aciertos. Saber capitalizar estos y proyectarlos en nuevas experiencias, sin quedar atrapado en la autocomplacencia, es una de las cosas más difíciles.

Por definición, el juvenil debe ser un movimiento emancipador, liberador, revolucionario. Debe cuestionarlo todo, empezando por uno mismo. Debe aspirar a romper barreras, sin prejuicios. Son un movimiento de cambio social y político, no un modo de vida -que, además, es efímero por definición-. Sus principales protagonistas serán, una vez más, la parte más dinámica de la juventud vasca. Pueden estar orgullosos de ello, pero tienen que pensar en el conjunto de la juventud vasca, en sus problemas, en sus deseos, en sus realidades. Para ello no pueden caer en el error, no del todo extraño, de tratar a los otros jóvenes, menos dinámicos, menos comprometidos, como a menudo les tratan a ellos muchos «adultos»: como a niños, como problema. Especialmente en este momento, cuando la juventud es, junto con las mujeres, uno de los colectivos sociales más duramente castigados por la crisis. El campo de trabajo es inmenso y, en consecuencia, la responsabilidad de quienes quieran liderar la lucha contra la injusticia y por la emancipación social y política también lo es.

Ayer, tras muchos meses y trabajo de gestación barrio por barrio, pueblo a pueblo, nació Ernai, «organización juvenil independentista, socialista, feminista y revolucionaria que se sitúa dentro de la izquierda abertzale». Nace en un contexto nuevo, en un momento político también inédito, nunca antes conocido por quienes históricamente han liderado el movimiento juvenil vasco. Desgraciadamente, la permanencia en prisión de otras generaciones de jóvenes militantes y la amenaza constante de nuevos juicios y encarcelamientos muestra que el viejo tiempo se resiste a morir.

Ernai hereda muchas cosas buenas, todas las mencionadas y algunas más. Pero de poco le servirá si no las reinventa, las adapta o incluso las rechaza. Sin nostalgia y sin soberbia, con determinación y disciplina. La aportación de la juventud al movimiento de liberación nacional es una constante en la historia contemporánea vasca. Ernai es, desde ayer, parte de esa tradición e inventora a su vez de un futuro mejor.

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