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Félix Ugarte Pastor | teólogo

Claves de un cónclave

Con un inusitado despliegue mediático y siguiendo una tradición medieval y renacentista, el cónclave que elegirá al nuevo Papa presenta interrogantes que el autor analiza en este artículo. Cree que las claves que condicionan y orientan el voto vendrán motivadas por el miedo y hasta el vértigo ante el futuro incierto de la Iglesia, que puede marcar la tendencia hacia un voto conservador disciplinado que afiance un modelo de Iglesia sin fisuras. Asimismo, opina que pesarán el clima psicológico creado por la renuncia de Benedicto XVI y las graves sospechas de intrigas, carrerismo y traiciones recogidos en un «informe confidencial» reservado por este al futuro Papa. Por último, se pregunta por qué son los cardenales -nombrados por el Papa- los únicos y exclusivos electores.

Disposiciones papales a lo largo de ocho siglos, siguiendo una tradición medieval y renacentista, han determinado el proceso de elección del Papa con la garantía del máximo secreto. El mismo nombre, «cónclave» (bajo llave), así lo expresa y el colegio cardenalicio, reunido y aislado del mundo en la Capilla Sixtina bajo su impresionante cúpula y el majestuoso «Juicio final» de Miguel Ángel, elegirá al nuevo «Obispo de Roma», «Romano» y «Sumo Pontífice», «Jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano».

Un inusitado despliegue mediático sigue con suma atención en estos días los detalles de la preparación y desarrollo del cónclave analizando tendencias, haciendo previsiones de personas papables desde las influencias dominantes tras la inesperada renuncia de Benedicto XVI.

Cada cardenal y las coaliciones internas -al parecer, divididas y sin claros favoritos- de este colegio de eminencias lleva bajo sus rojos capisayos el nombre de aquél que, a su entender y conveniencia, debe asumir la suma potestad para regir la Iglesia como «Vicario de Cristo» y «Cabeza visible de toda la Iglesia».

Cuáles pueden ser las claves que en estos momentos y contextos condicionan, orientan y motivan el voto a una persona determinada? ¿Qué criterios y líneas subyacen en los electores que deciden quién debe asumir la responsabilidad del papado?

No hay duda de que la actual situación de una Iglesia sumida en profunda crisis ante este mundo «sacudido por cuestiones de gran relieve» -en frase de Benedicto XVI en el anuncio de su renuncia- será una referencia clave. El miedo y hasta el vértigo ante el futuro incierto de esta Institución, impulsarán a bastantes electores hacia quien garantice la firmeza doctrinal, moral y disciplinar para conservar y afianzar un modelo de Iglesia sin fisuras.

Esta tendencia electoral en clave conservadora y restauracionista, que continúa la de los dos Papas anteriores, tendrá sin duda gran peso entre numerosos purpurados. Además está apoyada y promovida por tres factores, también claves en este cónclave. En primer lugar, la alargada sombra del actual Papa emérito quien renunció a seguir gobernando, pero no a su línea y modelo de Iglesia, seguida por quienes él mismo y su antecesor nombraron como cardenales. Además los influyentes Tarsicio Bertone, secretario de Estado y camarlengo, el decano Angelo Sodano, y el papable Angelo Scola, arzobispo de Milán, serán personas de peso decisorio de esa línea.

También debe ser tenida muy en cuenta la clave curial por su determinante poder en la organización y decisiones de la Iglesia. Sobre este organismo pesan problemas internos, graves sospechas y dudas fundadas de intrigas, carrerismo y hasta traiciones, recogidos, en un «informe confidencial», reservado por Benedicto XVI al futuro Papa, que compromete, al parecer, a altas instancias de la curia y cuyo conocimiento exigen los cardenales. Su poder e influencia estarán muy presentes en la decisión cardenalicia de este cónclave ya que la curia vaticana se juega mucho en la elección de un Papa, pues tiene funciones de alcance decisivo en la dirección de la Iglesia universal. A pesar de la petición del concilio Vaticano II para que fuera «sometida a una nueva ordenación», no ha sido reformada y mantiene el estilo conservador y autoritario que siempre le ha caracterizado.

El clima psicológico creado por la renuncia de Benedicto XVI también será una clave que influya notablemente en las conciencias de los electores. Muchos de ellos fueron en su día electores el año 2005 de Joseph Ratzinger como Papa que garantizaba la continuidad de Juan Pablo II, en su firmeza doctrinal conservadora y freno de la aplicación integral del Vaticano II. El actual Papa emérito no ha dejado su pontificado para que se de un viraje en el gobierno de la Iglesia, sino para que una mano más firme y vigorosa tome el timón y guíe a la Iglesia en la orientación ya definida por los anteriores pontificados. Muchos cardenales se sentirán obligados en conciencia y querrán ser fieles a quienes ellos eligieron y, por tanto, a la dirección eclesial que diseñaron.

Estas claves apuntan, por tanto, a una elección continuista. Pero ¿hay otras claves alternativas a esa tendencia cuya llave está en manos del sector mayoritario y conservador del colegio cardenalicio?

Ante estas influencias y presiones que confluyen en un papado conservador, no resulta fácil encontrar claves divergentes que liberen a esta Iglesia de un modelo anquilosado y opten por quien, con audacia y vigor, pueda dar un giro decisivo a la Iglesia para que sea auténtico Pueblo de Dios, donde los pobres sean su principal referencia, como subrayó el concilio Vaticano II. Se trata indudablemente de un espíritu nuevo cuya voz no se oye en los dicasterios y palacios vaticanos; es un inmenso clamor silencioso que se escucha en la periferia de los marginados y de «víctimas silenciosas de la injusticia, privadas de voz hacia los que la acción de la Iglesia debe dirigirse en primer lugar», como pidió el olvidado sínodo de obispos celebrado el año 1971.

Algunos cardenales son indudablemente sensibles a ese clamoroso silencio que se escucha en los pueblos de los que proceden -en Asia, África o América Latina- y desean un Papa que comparta angustias y tristezas, gozos y esperanzas de la humanidad sufriente. Sobre ellos recae la gran responsabilidad de ser la voz de los sin voz en este cónclave; de motivar a sus colegas para elegir a quien, desde el mundialmente reconocido liderazgo papal, conduzca la Iglesia al compromiso por los oprimidos y por los últimos; de alentar un modelo eclesial de Pueblo de Dios, abierto, dialogante, defensor de todos los derechos humanos, anunciador de un evangelio liberador a los pobres, a los cautivos, compasivo y caminante para construir un mundo diferente desde la perspectiva de la justicia del Reino de Dios. ¿Será éste el auténtico Espíritu que, en este cónclave, promueva la decisión de cada cardenal elector para elegir un Papa que colegialmente decida la renovación de la Iglesia?

Pero este impulso nuevo que puede abrir el horizonte de esperanza que tantas personas anhelan y piden, puede quedar bloqueado por quienes, siendo mayoría o presionados por la prepotente influencia de quienes dominan en la burocracia eclesiástica, manejan las claves de esta elección.

Queda pendiente una última cuestión latente en la estrategia del cónclave. ¿Por qué son únicamente, desde hace siglos, los cardenales (nombrados por los Papas) los únicos y exclusivos electores? ¿Acaso no es el Papa de toda la Iglesia? ¿Por qué entonces no pueden tomar parte en la elección miembros del episcopado y laicos -mujeres y hombres- que representen la variedad y pluralidad del Pueblo de Dios?

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