Sam Raimi y sus guionistas David Lindsay-Abaire y Mitchell Kapner han tenido que idear una versión totalmente nueva de «El mago de Oz», debido a que los derechos de la película homónima de 1937 son propiedad de la Warner. En el fondo no ha sido un problema, porque la actual política en Disney, desde su asociación con Pixar, consiste en la renovación de los clásicos de la literatura infantil. Después del millonario éxito de la adaptación de «Alicia en el País de las Maravillas» hecha por Tim Burton, «Oz. Un mundo de fantasía» ha contado con un monumental presupuesto de doscientos millones de dólares.

Había, por tanto, que crear una historia diferente a partir del universo literario de L. Frank Baum. Como no podían aparecer Dorothy y el resto de personajes más conocidos, la opción ha consistido en reinventar los orígenes del mago y de su llegada a la Ciudad Esmeralda. De ahí la razón por la cual «Oz. Un mundo de fantasía» es presentada como una especie de precuela.

Sam Rimi ha dado el protagonismo a su actor de confianza James Franco, que hace un poco las veces de Dorothy en su viaje mágico desde Kansas. Esto permite homenajear a la película con Judy Garland sin incurrir en posibles demandas, tomando del original el concepto visual del prólogo en blanco y negro. Una vez en la Ciudad Esmeralda, el mago irá saludando y presentándose a todos los personajes con los que se encuentra, tal como lo hacía Dorothy. Esta vez se trata del mono volador, la Chica de Porcelana o los Munchkins.

Los guiños también se podían extender a «Las Brujas de Eatswick», porque si en aquella película ochentera el trío de atractivas brujas lo formaban Michelle Pfeiffer, Cher y Susan Sarandon, ahora ese cometido lo desarrollan Mila Kunis, Rachel Weisz y Michelle Williams. Una de ellas sufrirá una sorprendente transformación, que forzará al forastero a distinguir entre sus aliadas y enemigas con tal de llegar a ser le mago de Oz y dejar atrás su pasado como charlatán de feria y especialista en trucos baratos.